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Santiago Carrillo. La muerte y la memoria

Debo reconocer que sólo una vez en mi vida he celebrado la muerte de una persona; la del dictador. En general los individuos desempeñan un papel limitado en la historia y uno de los méritos del materialismo histórico es comprender que, salvo excepciones, son los procesos históricos quienes crean a los personajes y no al revés. Personalizar conduce a errores, sin embargo muchos personajes históricos son el símbolo de una época, o de una política.

La fotografía es del Archivo histórico del PCE. Corresponde al momento en que el Comité Central del Partido, el 15 de abril de 1977, acepta la monarquía y la bandera rojigualda

Tampoco comparto la extendida costumbre de celebrar las supuestas virtudes de los recién fallecidos, por el mero hecho de que acaban de morir. Este parece ser el caso de Santiago Carrillo, hoy cubierto de alabanzas mientras busca a Caronte, con un cigarro en la boca en lugar del óbolo. No es difícil adivinar que tras esos panegíricos, lo que se está ensalzando es la política de Carrillo, de la dirección del PCE, y la del PSOE por tanto, en los años 70.

No participo del coro, más bien voy a desafinar: yo vinculo a Carrillo con el lado más oscuro y más nefasto de la historia de la izquierda en el Estado español. Es cierto que no todo es mérito suyo, sería un error garrafal utilizarlo de pim-pam-pum arrogándole la responsabilidad de lo que fueron decisiones compartidas por la mayoría aplastante de la dirección del Partido Comunista de España en la llamada Transición Democrática.

Don Santiago colaboró, con otros muchos, a descafeinar en todo lo posible las huellas del marxismo en el movimiento comunista. Su libro “Eurocomunismo y Estado” (*) es un compendio de la conversión del viejo partido vinculado al mal llamado “socialismo real” en partido socialdemócrata. Deudor de Bernstein, sustituye la lucha de clases por el adoctrinamiento, y el concepto marxista del Estado por el demócrata burgués. “El camino, dentro aún de esta sociedad, antes incluso de llegar al gobierno las fuerzas socialistas, es una acción enérgica e inteligente por la democratización del aparato del Estado. El punto de partida para ésta, reside precisamente en lograr que la ideología burguesa pierda la hegemonía sobre los aparatos ideológicos” (Eurocomunismo y Estado, pg. 67).

Su triunfo fue que, aunque abandonó el PCE, dejó sus ideas detrás y hoy las doctrinas socialdemócratas, acerca del Estado y rechazando el marxismo, expuestas en aquella obra (al tiempo que el PCE, bajo su dirección, la de Pasionaria y otros muchos, renunciaba formalmente al “leninismo”) son las que empapan la política de los dirigentes del PCE. Tanto es así que, incluso hoy, cuando su militancia joven comprende lo nefastos que fueron los pactos secretos con el gobierno franquista de la monarquía que desembocaron en la Constitución de 1978, el PCE, oficialmente, sigue alabando aquella dejación de las posiciones de la izquierda.

Sí, dejación era aplaudir a los grises cuando cargaban en las manifestaciones, aceptar la bandera “nacional”, la monarquía, la renuncia al derecho de autodeterminación de los pueblos…la conciliación de clases, el olvido de la memoria histórica en aras a una “reconciliación” unilateral, dejando hasta hoy los cadáveres en las cunetas, ninguna depuración de los cuerpos represivos y del ejército de la dictadura (pensemos en la UMD), los derechos intactos de la iglesia… Y, por supuesto, no sólo no se tocó el poder económico que había respaldado a Franco sino que se corrió en su ayuda con los Pactos de la Moncloa.

¡Qué poca memoria! Pero no era sólo el secretario general, fue la mayoría del Comité Central del PCE quien respaldó su pacto con Suárez en la Pascua de 1977 que supuso el abandono de ideas esenciales de la izquierda antifranquista. “En estos días, no en estos días, en estas horas puede decidirse si se va hacia la democracia o si se entra en una involución gravísima” (Don Santiago dixit). Ni un solo voto en contra en el Comité Central, sólo 11 abstenciones. Parapetados tras la bandera de los vencedores, se hicieron la foto de los vencidos, abandonaron cualquier lucha por un proceso constituyente como el que hoy piden, sin ir más lejos, los propios militantes del PCE e IU.

El mismo Carrillo diría después: “Suárez -y al fondo el Rey-, de un lado, y el PCE de otro, hemos sido artífices principales de la estabilidad del régimen democrático” (Memorias de la Transición, pg. 56)

El PCE era un gran partido, y en la Transición, después de una lucha heroica de su militancia en la dictadura, quebró la espina dorsal de sus bases, obligando a una renuncia que se aceptó por disciplina, pero que redujo las bases del partido a cenizas. Que hoy el partido comunista sea sólo un pálido reflejo de lo que era en la transición, lo debe, en gran medida a la política de la dirección encabezada por Carrillo pero que, no olvidemos, estaba compuesta por otras gentes que apoyaron lo que él representaba.

En estos momentos, una generación de jóvenes se encuadra en el PCE y busca transformar la sociedad. Quienes nos consideramos comunistas sin partido, vemos en ese esfuerzo una esperanza. Pero me permito decirles una cosa: no será volviendo la cara e ignorando la política de abandono del marxismo, de pactos con la burguesía y con la monarquía llevadas a cabo por los dirigentes del partido que encabezaba Carrillo, como encontrarán el camino. La historia, se repetiría, entonces como tragedia, ahora sólo sería una patética farsa, que comienza elevando a los altares a los responsables de una sombra de claudicación que nos cubre todavía.

(*) En el libro “La izquierda y el Estado”, se hace un análisis detallado de las principales ideas de esta obra que, con las posturas de Marchais y Berlinguer, teorizó el giro de los partidos comunistas del sur de Europa, hacia la socialdemocracia.

Fuente: http://www.nuevoclaridad.es/revista/index.php/revista/estado-espanol/457-santiago-carrillo-la-muerte-y-la-memoria

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