No hay salida reformista a la crisis capitalista – Primera parte

capitalismo no es solución - pancarta maniEn el inicio del «credit crunch«, en 2007-08, se nos dijo por varios comentaristas que se trataba de una simple crisis financiera – una crisis de crédito. Con el rescate de los bancos y la conversión de la deuda privada en deuda pública, comenzó una serie de impagos soberanos y rescates, primero con el impago por parte de Islandia, y luego con el plan de rescate a Grecia, Portugal e Irlanda. Como resultado de ello se nos dice ahora que la crisis es una crisis de la deuda soberana y una crisis del euro. La situación es descrita por algunos comentaristas burgueses – con el fin de ocultar la verdadera naturaleza de la crisis – como si fuese nada más que una «crisis de confianza».

A su vez, otros comentaristas burgueses se quejan ahora de que la crisis es una crisis de liderazgo político. Como resultado de ello, los representantes no fiables y débiles de la clase dominante, como Berlusconi en Italia y Papandreu en Grecia, han sido desechados y sustituidos por gobiernos de «tecnócratas». Mientras tanto, los gobiernos que adoptan programas de austeridad, como el gobierno de coalición en el Reino Unido, son presentados por la burguesía como modelos para el resto del mundo, y se ven recompensados ​​con una calificación crediticia de triple A como consecuencia de ello.

Acompañando a estas diversas descripciones de la crisis – crisis financiera, crisis del crédito, crisis de la deuda soberana, crisis del euro, crisis de confianza o crisis política – vemos a estos mismos comentaristas presentando una serie de supuestas «soluciones». En respuesta a la crisis financiera, se nos dice que simplemente necesitamos una mayor regulación de la industria financiera, y que para luchar contra la crisis del crédito hay que restablecer la liquidez.

Para hacer frente a las crisis de deuda soberana, los dirigentes reformistas sugieren que se les «grave a los ricos», introducir la «Tasa Tobin» o impuesto «Robin Hood», y «estimular el crecimiento».

Mientras tanto, para resolver la crisis del euro, se nos dice, o bien que cualquiera de los países insolventes debe abandonar el euro o bien que ha de haber una unión fiscal que acompañe la unión monetaria de la eurozona.

Finalmente, los representantes burgueses sugieren que la «confianza» debe ser restaurada lo antes posible, a través de gobiernos fríos y despiadados mediante «reformas» (es decir, mediante la austeridad). Cuando los gobiernos democráticamente elegidos no son capaces de hacer esto de manera adecuada y fiable conformemente a las exigencias de los mercados, estos gobiernos se ven simplemente sustituidos por tecnócratas no elegidos, en nombre del «interés nacional» (es decir, el interés de los prestamistas).

Lo que todas estas explicaciones y descripciones dejan de admitir, es que estas diversas crisis – la crisis financiera, la crisis de la deuda soberana, la crisis del euro y la crisis política – no constituyen el problema de fondo, sino que son, en última instancia, el reflejo de la verdadera crisis que enfrenta la sociedad – la crisis del capitalismo. A su vez, estas respectivas «soluciones» a las diferentes crisis que se proponen no solucionarán nada. Estos comentaristas y representantes están tratando de encontrar una solución dentro del propio capitalismo, pero ningún intento de maniobrar con el sistema va a poder superar lo que es fundamentalmente una crisis del capitalismo.

Regulación financiera

Después del inicio de la crisis en 2007-08, los ojos del mundo se hallaban puestos sobre los banqueros y el resto del sector financiero. La crisis había sido culpa de la codicia de los banqueros y de la actitud de laissez-faire de la industria financiera. “¡Si nuestras economías no se basaran tanto en el sector financiero!»; «¡Si tan sólo tuviéramos un poco mas regulados a los bancos!» Estos eran los gritos que se escuchaban al comienzo del escándalo de las hipotecas subprime, el colapso de Lehman Brothers y la consiguiente crisis crediticia posterior.

Bien puede ser cierto que los banqueros son todos intrínsecamente gentes codiciosas (algunas personas llegan hasta a llamarlos psicópatas) y es un hecho que el sector financiero tiene una influencia enorme sobre las economías de muchos países. Hay que preguntarse, sin embargo: ¿quién permitió que estos banqueros tomaran estos enormes riesgos con el dinero de la gente común? ¿Quién permitió que el sector financiero creciera hasta proporciones tan grandes como para llegar a dominar la economía, sin ningún tipo de supervisión o regulación?

En primer lugar, cabe destacar que el papel dominante del capital financiero en la economía no es nuevo. En El imperialismo, fase superior del capitalismo, escrito en 1915, Lenin describió el creciente papel de las finanzas en la economía global, mientras que Marx escribió sobre la importancia del crédito en El Capital.

En Gran Bretaña, la expansión del sector financiero cambió cualitativamente en la década de 1980 con el «Big Bang» bajo el gobierno de Thatcher, cuando, en octubre de 1986, las normas y reglamentos relativos a la Bolsa de Valores de Londres y de la banca se debilitaron. Un proceso similar se desarrolló en los EE.UU. durante la presidencia de Reagan. Esta expansión del sector financiero continuó – y  fue activamente alentada – bajo el nuevo laborismo en Gran Bretaña, junto por Clinton y Bush en los EE.UU., justo hasta el derrumbe de 2007-08.

El crecimiento de la industria financiera desde la década de 1980 no fue algo casual, fruto del azar. Tampoco era simplemente el resultado de la «ideología neoliberal», como a menudo se sugiere. La ideología de los que están en el poder es un reflejo de los intereses materiales de la clase dominante, que en un momento de crisis no pueden tolerar detallitos para con las masas, como el bienestar y los servicios públicos. En esos momentos, los dirigentes reformistas – que se han mostrado agradables y obedientes para con el capital, manteniendo el movimiento obrero bajo control – se echan a un lado, y un gobierno más abiertamente beligerante es exigido por la burguesía.

El creciente papel de las finanzas en la década de 1980 se puede ver en dos tendencias interrelacionadas: por un lado, la expansión masiva del crédito; y, por el otro lado, la creciente cantidad de capital invertido, no en la producción real, sino en actividades especulativas como los derivados y otros productos financieros de reciente invención.

Ambas tendencias fueron un intento de superar la crisis económica de la década de 1970. A medida que los sindicatos se debilitaron y los salarios fueron empujados hacia abajo con el fin de mantener y aumentar los beneficios, el crédito se utilizó para ampliar artificialmente el mercado (es decir, la demanda efectiva), prestándose dinero a las familias y a los jóvenes a través de hipotecas, préstamos y tarjetas de crédito. En el Reino Unido, por ejemplo, los salarios (como porcentaje del PIB) han disminuido del 65% en 1973 al 53% actual. Mientras tanto, la deuda de los hogares promedio en Gran Bretaña ha aumentado desde un valor de 45% del PIB en 1980 al 157% del PIB en 2005.

Este acceso barato al dinero era necesario para superar una crisis de sobreproducción, que surge del hecho de que, bajo el capitalismo, los trabajadores producen más valor de lo que se les paga en forma de salario. Como los marxistas hemos explicado antes, el crédito es por lo tanto necesario para compensar la diferencia y superar esta contradicción fundamental del capitalismo, que surge de la propiedad privada de los medios de producción.

La cantidad cada vez mayor de actividad especulativa, mientras tanto, era un intento de hacer dinero directamente del dinero, en lugar de invertir en la producción real, que sólo habría servido para aumentar la productividad y por lo tanto aumentar el nivel de sobrecapacidad en el sistema, agravando la crisis de sobreproducción.

La enorme expansión del crédito fue alentada activamente por los políticos y sus asesores económicos en todo el mundo, no sólo a través de la desregulación financiera, sino también animando a la gente a pedir prestadas cantidades cada vez mayores de dinero. En Gran Bretaña y los EE.UU., por ejemplo, las familias fueron animadas a comprar viviendas (a través de las hipotecas subprime y la venta a bajo precio de viviendas municipales) – el valor de las cuales las familias podían ahora pedir prestado- mientras las becas fueron sustituidas por préstamos estudiantiles y cantidades cada vez mayores de deuda de los estudiantes (que ahora se sitúa en alrededor de 1 billón de dólares en los EE.UU. – ¡más que la deuda de las tarjetas de crédito! [Los préstamos para estudiantes: los deudores].

Estos intentos de superar la crisis de la década de 1970 han, por supuesto, sólo exacerbado y retrasado la crisis, aumentando la magnitud de las contradicciones subyacentes, conduciendo a una crisis aún más grave ahora.

Cuando uno le echa la culpa de la crisis actual a los codiciosos, a la asunción de riesgos por parte de los banqueros y al exceso de confianza en las finanzas, uno debe, por lo tanto, en primer lugar preguntarse: ¿por qué se ha llegado a esta situación y qué es lo que ha permitido que esto sucediera? Pero quejarse de que los banqueros son codiciosos no dice nada nuevo. Todos los capitalistas son codiciosos, porque el sistema que los condiciona – el capitalismo – es un sistema basado en una insaciable sed de ganancias, la codicia de los banqueros y financieros es sólo una forma más evidente, abierta y desnuda de ese deseo de ganancias a expensas de todo lo demás.

Teniendo en cuenta que los políticos y los gobiernos estaban implícitamente involucrados en todo este proceso, rápidamente se hace evidente que no podemos apelar a estos mismos gobiernos para ponerles las esposas a los banqueros en nuestro nombre. Esto pone de relieve que el problema no es sólo una cuestión económica, sino también una cuestión política de quién dirige la economía y de cómo la riqueza de la sociedad es controlada y distribuida.

Desde el comienzo de la crisis, el llamamiento de muchos ha sido el de reivindicar una mayor regulación de la industria financiera, por la separación de la banca comercial y de inversión, y por una ruptura de los grandes bancos. Todas estas demandas se han presentado con la intención de proteger a los ahorristas comunes de los juegos de azar de los financieros, y para evitar una repetición de la necesidad de que el Estado (y por lo tanto los contribuyentes) salve a los bancos.

La evidencia sugiere, sin embargo, que tales medidas reguladoras supondrían poca diferencia (si es que conllevan alguna). Tomemos, por ejemplo, la separación de la banca comercial y de inversión. En primer lugar, se puede ver ejemplos de bancos puramente comerciales, como Northern Rock en el Reino Unido, que aún necesitaron ser rescatados (de hecho Northern Rock fue el primero de los bancos en ser rescatados recientemente en Gran Bretaña).

En segundo lugar, hay que señalar que la separación de la banca comercial y de inversión no es una idea nueva, sino que, de hecho, fue implementada en los EE.UU. con la ley Glass-Steagall en 1933 en un intento por frenar la actividad especulativa (¿un déjà vu?). Es importante destacar que esta ley fue derogada por la administración Clinton en 1999 como parte de la desregulación general de la industria financiera.

Este ejemplo muestra los límites y la redundancia de tratar de regular el sector financiero (o cualquier parte del sistema capitalista). Cualquier reglamento que se ponga en marcha para «salvar» a la economía no es más que “reglas sobre el papel” bajo el capitalismo, que simplemente se pueden eliminar, reescribir, o romper según el capricho de la clase dominante. La única manera de que las normas y regulaciones se puedan garantizar es que sean promulgadas por un gobierno de los trabajadores bajo el control del movimiento obrero. Y si la sociedad fuera capaz de ir tan lejos, ¿por qué no seguir adelante y expropiar a los capitalistas en su conjunto mediante la nacionalización de los bancos y de los demás sectores fundamentales de la economía?

Lo mismo puede decirse en relación a todos los derechos y reformas obtenidas por la clase obrera. Por supuesto que los marxistas apoyamos cualquier reforma genuina, derecho o regulación que beneficie a la gente de a pie – de hecho, los revolucionarios son a menudo las principales figuras de los movimientos que luchan por estas demandas – pero también hay que destacar el carácter temporal de tales reformas, que, bajo el capitalismo, simplemente serán eliminadas cuando la economía entre en crisis y los capitalistas busquen restaurar sus ganancias. La reciente eliminación de los gobiernos democráticamente elegidos en Italia y Grecia, bajo la presión del mercado, es otro ejemplo de ello.

También están aquellos que buscan regular los bancos rompiéndolos en pequeñas entidades, con la idea de que una serie de bancos más pequeños tendrán menos probabilidades de causar una crisis financiera global, si uno de ellos va a la quiebra. La gente que hace estas sugerencias son como estos socialistas pequeñoburgueses que Marx y Engels describen en El Manifiesto Comunista:

«…Este socialismo no tiene más aspiración que restaurar los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos el régimen tradicional de propiedad y la sociedad tradicional, cuando no pretende volver a encajar por la fuerza los modernos medios de producción y de cambio dentro del marco del régimen de propiedad que hicieron y forzosamente tenían que hacer saltar. En uno y otro caso peca, a la par, de reaccionario y de utópico…»

Estos utopistas desean, en efecto, hacer girar la rueda de la historia hacia atrás y volver al tiempo de los pequeños productores. Sin embargo, la concentración del capital es un hecho histórico, como observaron hace mucho tiempo Marx y Engels en El Manifiesto Comunista. Ahora también es un hecho científico reconocido, tal y como se documenta en un artículo académico destacado por la revista New Scientist, que informa de que aproximadamente el 40% de la riqueza en la red económica mundial está controlada por 147 compañías, la gran mayoría de los cuales son bancos e instituciones financieras.

Está claro que el sector financiero dispone de una enorme cantidad de poder y que los grandes bancos dominan y controlan la economía mundial. La solución, sin embargo, no es romper estas entidades gigantes en trozos más pequeños o tratar de regular estas instituciones financieras monolíticas. En su lugar, la solución es aprovechar estas empresas – que son de propiedad privada y que funcionan como parte de un sistema económico anárquico a nivel mundial – y ponerlas bajo el control democrático de los trabajadores en el marco de una economía racionalmente planificada.

El hecho es que la crisis del capitalismo no puede ser superada a través de normas y regulaciones, sino que sólo puede ser resuelta mediante la transformación de la sociedad – por las fuerzas vivas de los trabajadores y jóvenes que arranquen el poder económico y político de las manos de la clase capitalista y lo pongan al servicio de los intereses de la sociedad en su conjunto.

Impuestos a los ricos

Junto a la petición de una mayor regulación financiera, la otra demanda más común del campo reformista es «gravar a los ricos». No es de extrañar que esta demanda haya encontrado un eco entre una amplia capa de la sociedad, especialmente cuando la creciente disparidad de la riqueza es tan flagrantemente exhibida por los ricos. En Gran Bretaña, las 1.000 personas más ricas aumentaron su riqueza en un 30% en el último año hasta un total impresionante de 336.000 millones de libras, a pesar de la crisis. Mientras tanto, los ejecutivos de las 100 empresas más grandes de Gran Bretaña disfrutaron de un aumento salarial promedio del 49% con respecto al año pasado.

Las cifras correspondientes a las enormes cantidades de impuestos evitados y evadidos por los ricos suelen citarse de forma habitual; por ejemplo, el sindicato de los recaudadores de impuestos en el Reino Unido, PCS, estima que más de 120.000 millones de libras son evitados, evadidos, y no cobrados cada año. Con un déficit presupuestario de alrededor de 150.000 millones de libras en el Reino Unido, parece que los recortes y la austeridad no son tan necesarios después de todo.

Lo que es más, algunos miembros de esta élite rica – dándose cuenta de que hay un límite a cuanto se les puede exigir a los trabajadores que paguen cuando tanta riqueza se concentra en manos de tan pocos – incluso están exigiendo que se les grave más, con figuras como Warren Buffett, el famoso inversor estadounidense y Luca di Montezemolo, presidente de Ferrari en Italia, entre los que recientemente han pedido a sus respectivos líderes políticos que aumenten la tasa de impuestos a los ricos.

Pero, al igual que con el tema de la regulación financiera descrito anteriormente, hay que hacerse dos preguntas: ¿de qué manera los ricos han logrado evitar y evadir el pago de sus impuestos hasta ahora? ¿Y quién va a ponerles impuestos a los ricos y hacerles pagar su justa parte?

Una vez más, los gobiernos no han mostrado más que impaciencia a la hora de bajar las tasas fiscales, tanto de impuestos sobre la renta como de sociedades, para los más ricos en los últimos 30 años en una carrera hacia abajo con el fin de atraer a los ricos para vivir (e invertir) en su país en lugar de otro. Por ejemplo, en 1974, el gobierno laborista del Reino Unido estableció una tasa de impuestos de un 83% para las rentas más altas. En 1988, el gobierno de Thatcher había reducido éste al 40%, mientras que la tasa actual del 50% sobre rentas más altas (introducida por el gobierno laborista anterior) es considerada temporal por el actual gobierno de coalición conservador-liberal. Mientras tanto, durante el mismo período, la tasa principal del impuesto de sociedades en el Reino Unido se ha reducido del 52% al 30%.

De hecho, la gran mayoría de la clase capitalista no muestra tanto entusiasmo como el Sr. Buffett en que se les suba los impuestos, ya que tal aumento disminuiría los beneficios. En general, el más mínimo susurro de los gobiernos con respecto a la posibilidad de elevar las tasas de impuestos para los ricos es recibido con gritos de indignación por parte de los capitalistas y sus voceros en los medios de comunicación, que se quejan de que tales impuestos desalentarían la inversión y así ahogarían el crecimiento económico. En efecto, estas personas apuntan con una pistola a la cabeza de los gobiernos, amenazando con una huelga de capital.

Mientras tanto, los políticos burgueses y los medios de comunicación mantienen un tono agresivo hacia cualquiera que mencione la posibilidad de gravar a los ricos. En los EE.UU., el presidente Obama ha sido tachado de «socialista» por los republicanos y los medios de comunicación de derecha, que le acusan de querer iniciar una «guerra de clases». Pero como Warren Buffett comentó: «hay una guerra de clases, de acuerdo, pero es mi clase, la clase rica, la que está haciendo la guerra, y la estamos ganando».

En los EE.UU., la cuestión de los impuestos a los ricos se convirtió en un tema central de la campaña de nominación presidencial del lado de los republicanos, con los candidatos pisoteándose unos a otros para prometer tasas de impuestos cada vez más bajas, acompañada por titulares pegadizos, como informa The Economist:

El Sr. Santorum, por ejemplo, quiere que las empresas manufactureras no paguen ningún impuesto en absoluto (uno de sus tres ceros). Ron Paul, un candidato libertario, quiere acabar con el impuesto sobre la renta federal en su conjunto. El Sr. Cain denuncia el código fiscal actual como «la versión del XXI siglo de la esclavitud». Existe un consenso entre todos los candidatos sobre que la tasa federal del 35%, la más alta en el mundo rico, debe ser recortada. A la mayoría de los candidatos les gustaría poner fin a los impuestos sobre las ganancias de capital y también sobre los dividendos.»

Los demócratas no han actuado mejor, con Obama convirtiéndose en rehén de los republicanos en las negociaciones sobre cómo reducir el déficit; los republicanos se niegan a ceder en sus propias exigencias de no aumentar los impuestos, y los demócratas capitulan.

Por supuesto, algunas concesiones pueden exprimirse a la clase capitalista, pero sólo si el fuego de la revolución se enciende en sus traseros como una advertencia de lo que podrían perder. Pero, al igual que con la cuestión de las regulaciones y reformas, cualquier intento de gravar a los ricos y hacerles pagar más, sólo se puede convertir en algo permanente teniendo toda la fuerza del movimiento obrero como respaldo, como hemos explicado en otra parte (http://www.marxist.com/britain-fighting-the-cuts.htm). Y de nuevo, si un movimiento de masas de los trabajadores y la juventud fuese capaz de lograr una reforma permanente, ¿por qué no ir hasta el final y adueñarse de la riqueza de los ricos mediante la nacionalización de los bancos y los otros grandes monopolios?

A los dirigentes reformistas les invade un sudor frío ante tal sugerencia, generando histeria y advertencias de que a los capitalistas no hay que provocarles, sino que hay que convencerles con suavidad para que compartan su dinero. Esta gente se imagina que se puede domar a un tigre cortándole sus garras lentamente, una por una. En cualquier caso, si hubo provocación alguna, está en los programas de austeridad masiva que exige la burguesía que, como era de esperar, han suscitado respuestas tremendas por parte de los trabajadores y los jóvenes. Aún más atrevido es el espectáculo de estos mismos miembros de la burguesía bebiendo champán desde los balcones mientras las masas se manifiestan en la calle, justo debajo de sus pies. (ver este video) ¡Esta es la auténtica provocación!

Además, una cosa es hablar de obtener impuestos de los ricos en tiempos de bonanza, cuando hay más para repartir entre todos, y otra cosa es tratar de extraer impuestos de los ricos en tiempos de crisis. Por supuesto, estas cuestiones son de poco interés para los líderes reformistas, que desprecian a los marxistas por su «idealismo», mientras les aseguran a las masas que ellos son “pragmáticos”. Pero son los reformistas los verdaderos idealistas, con sus propuestas utópicas de «gravar a los ricos», y es este mismo «pragmatismo» el que les lleva a aplicar recortes por cuenta de los capitalistas una vez que llegan al poder. Esta es la naturaleza del reformismo en una época de crisis, se convierte en su opuesto, dejando a los reformistas sin nada más que ofrecer que contrarreformas.

Este idealismo de los dirigentes reformistas también queda claramente puesto en evidencia por su «alternativa» a los recortes en forma de «estimular el crecimiento». Pero, como ya hemos explicado en otra parte (Marx vs. Keynes), la idea de que la economía pueda ser puesta en funcionamiento pulsando una tecla o que los capitalistas puedan ser alentados a invertir por voluntad de los gobiernos es utópica en extremo. En lugar de que los gobiernos recorran un camino tan largo y tortuoso para la financiación de los gastos públicos – es decir, animar a los capitalistas a invertir y luego suplicarles que entreguen parte de sus ganancias – ¿por qué no sencillamente expropiar el capital del 1% de la población, ponerlo bajo control público, e invertir la riqueza en la sociedad para satisfacer las necesidades de la sociedad?

(continuará…).

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