Nagorno Karabaj: presa de la rivalidad interimperialista
El 20 de septiembre, lo que quedaba de la región separatista de Nagorno Karabaj se rindió a las tropas de Azerbaiyán tras unos breves combates en los que murieron al menos 200 armenios. Según los informes más recientes, más de 100.000 armenios –casi toda la población– han huido de la región. El gobierno del enclave ha declarado que a partir del 1 de enero de 2024, «dejará de existir».
Se trata del último y trágico capítulo de un conflicto que se remonta a muchas generaciones en este territorio en disputa. El origen de este enfrentamiento hay que buscarlo en los conflictos interimperialistas de la región, que se disputan tanto Rusia como los imperialistas estadounidenses y europeos, con Turquía desempeñando un papel importante en su intento de ampliar su esfera de influencia local.
La región del Cáucaso presenta una compleja mezcla de grupos étnicos y varias lenguas diferentes, complicada aún más por las divisiones religiosas, entre musulmanes chiíes y suníes, y cristianos ortodoxos orientales y cristianos armenios. Como ocurre en muchas situaciones en las que pueblos de distintas etnias, religiones y lenguas conviven en proximidad o en zonas mixtas, las grandes potencias imperialistas se han servido históricamente de ello para fomentar conflictos étnicos, de los que sólo se han beneficiado los de arriba.
El antiguo régimen zarista había conquistado la región a principios del siglo XIX y se encargó de fomentar los conflictos interétnicos, utilizando el viejo y probado método de «divide y vencerás», hasta el punto de provocar periódicamente masacres y pogromos. La solución a todo esto llegó con la Revolución de octubre de 1917, que derrocó al antiguo régimen zarista e instauró el poder obrero a través de los soviets. En este contexto, Armenia, Azerbaiyán y Georgia se unieron a la Unión Soviética como la República Socialista Soviética de Transcaucasia en diciembre de 1922, convirtiéndose más tarde en repúblicas separadas dentro de la Unión.
En este contexto, se concedió autonomía a la región de Nagorno Karabaj dentro del Azerbaiyán soviético. En los primeros tiempos de la Unión Soviética, antes de su degeneración burocrática, el poder obrero por encima de las divisiones étnicas permitió la coexistencia pacífica entre los pueblos. Los intereses feudales y capitalistas ya no decidían el destino de los pueblos de la Unión Soviética.
Como explicó Trotsky en 1922:
«Que la política soviética en el Cáucaso también ha sido correcta desde el punto de vista del nacionalismo, lo prueban mejor que nada las relaciones existentes hoy entre los pueblos transcaucásicos.
«La época del zarismo se caracterizó por bárbaros pogromos nacionalistas en el Cáucaso, donde las carnicerías armenio-tártaras eran acontecimientos periódicos. Esos sanguinarios estallidos bajo el férreo dominio del zarismo fueron la expresión de siglos de luchas intestinas de los pueblos transcaucásicos.
«La época de la llamada democracia dio a la lucha nacionalista un carácter mucho más pronunciado y organizado. Al principio se formaron ejércitos nacionalistas hostiles entre sí, que a menudo se atacaban. El intento de crear una República Transcaucásica democrática federal burguesa resultó un fracaso estrepitoso. La Federación se vino abajo cinco semanas después de su creación. Pocos meses después, los vecinos «democráticos» estaban abiertamente en guerra entre sí. Este hecho por sí solo resuelve la cuestión: si la democracia era tan incapaz como el zarismo de crear las condiciones para una cohabitación pacífica de los pueblos transcaucásicos, era evidentemente imperativo adoptar otros métodos.
«Sólo el poder soviético ha establecido la paz y las relaciones nacionales entre ellos. En las elecciones a los Soviets, los obreros de Bakú y Tiflis eligen a un tártaro, a un armenio o a un georgiano, independientemente de su nacionalidad. En Transcaucasia conviven regimientos musulmanes, armenios, georgianos y rusos rojos. Están imbuidos de la convicción de que son un solo ejército, y ningún poder en la tierra los hará moverse unos contra otros. Por otra parte, defenderán la Transcaucasia soviética contra cualquier enemigo exterior.
«La pacificación nacional de Transcaucasia, lograda por la revolución soviética, es en sí misma un hecho de enorme significación política y cultural. En ella se expresa un verdadero internacionalismo vivo, que podemos contraponer sin temor a equivocarnos a los vacíos discursos pacifistas de los héroes de la II Internacional, que no son sino un complemento de las prácticas chovinistas de sus secciones nacionales.» (León Trotsky, Entre el imperialismo y la revolución, 1922)
Dentro de la unión de las Repúblicas Soviéticas -es decir, las repúblicas en las que los obreros habían llegado al poder– no había ningún interés en fomentar el conflicto étnico. Al contrario, a los obreros y campesinos de todas las nacionalidades les interesaba unirse en un esfuerzo general por construir una economía que pudiera mantener a todos. Durante mucho tiempo, pueblos de lenguas y religiones diferentes pudieron convivir en paz y cooperación.
Desgraciadamente, como la revolución permaneció aislada dentro de un único país relativamente subdesarrollado, se inició un proceso de degeneración que vio el ascenso de una élite burocrática privilegiada. Fue la élite burocrática que ascendió al poder bajo Stalin la que acabaría reavivando las tensiones étnicas. A medida que las condiciones económicas y sociales empeoraban hacia el final de la Unión Soviética, en particular a finales de la década de 1980, el monstruo del conflicto étnico empezó a asomar la cabeza.
Debido al creciente resentimiento hacia las autoridades azeríes, en 1991 se celebró un referéndum en Nagorno Karabaj con el objetivo de transferir la región a Armenia. La pregunta «¿Está de acuerdo en que la proclamada República de Nagorno Karabaj sea un Estado soberano, que determine de forma independiente las formas de cooperación con otros Estados y comunidades?» recibió un «sí» casi unánime. Esto provocó a su vez ataques contra los armenios residentes en Azerbaiyán. El día del referéndum, los armenios fueron tiroteados y murieron 10 personas.
Cuando en 1991 la Unión Soviética se derrumbó y se dividió en las repúblicas que la componían, dando lugar al retorno del capitalismo, la región sufrió un devastador declive económico. Las condiciones sociales empeoraron drásticamente, con un repentino aumento del desempleo, una inflación galopante, la destrucción de las medidas de bienestar social que existían anteriormente, la malnutrición entre las capas más pobres, etc. Para una descripción más detallada de cómo afectó todo esto a Armenia, haga clic aquí.
Tras el colapso de la Unión Soviética, estalló la guerra entre Armenia y Azerbaiyán. En 1992 se produjeron enfrentamientos a gran escala. Esto terminó en un acuerdo en 1994, del que surgió la república separatista de Artsaj, que controla una parte de lo que históricamente se conocía como Nagorno-Karabaj. Aquel periodo de enfrentamientos provocó el desplazamiento tanto de armenios como de azeríes, preparando el terreno para un largo periodo de tensiones interétnicas que acabarían desembocando en más guerras.
La guerra estalló de nuevo en 2020, y terminó en noviembre del mismo año con un alto el fuego entre Armenia y Azerbaiyán, mediado por Rusia. En el acuerdo, los separatistas armenios de Nagorno Karabaj se vieron obligados a renunciar al control de gran parte de su territorio y devolverlo a Azerbaiyán, pero el núcleo de su región autogobernada, incluida la ciudad de Stepanakert, permaneció bajo su control. Esta parte, la República de Artsaj, permaneció separada y conectada con Armenia a través de un corredor controlado por Rusia.
Este enclave ha sido eliminado y casi toda la población armenia que quedaba ha huido a Armenia. Así termina el derecho a la autodeterminación de la etnia armenia de Azerbaiyán. Para un relato completo y un análisis exhaustivo de este proceso, véase «Nagorno-Karabaj: la herida sangrante del nacionalismo postsoviético«, publicado en octubre de 2020, y «‘Paz’ en Nagorno-Karabaj: No hay estabilidad bajo el capitalismo«, publicado en noviembre de 2020, y escrito por los camaradas rusos de la Corriente Marxista Internacional.
Contenido
Hipocresía absoluta de Occidente
Lo que queremos destacar aquí, en el contexto de la guerra de Ucrania, es la total hipocresía de Occidente en materia de derechos humanos, «democracia» y la llamada «soberanía nacional». Cuando el ejército ucraniano bombardeaba las repúblicas de Donetsk y Lugansk, en el sureste del país, se le permitió seguir adelante sin que Occidente hiciera demasiado ruido, a pesar de los más de 14.000 muertos. No se propusieron sanciones para Ucrania cuando estaba privando de sus derechos a los ucranianos rusoparlantes. Y ahora vemos lo mismo cuando el gobierno de Azerbaiyán ataca brutalmente el enclave armenio superviviente de Nagorno-Karabaj.
La situación es especialmente embarazosa para la Unión Europea. La presión estadounidense ha obligado a los principales países de la UE a reducir sus importaciones de gas y petróleo rusos, lo que está perjudicando a sus economías. Alemania, en particular, está sufriendo las consecuencias, al igual que Italia, Francia y muchos países del este de la UE. En este contexto, Azerbaiyán ha ofrecido un bienvenido alivio en términos de suministro energético: la empresa estatal SOCAR ha aumentado considerablemente sus exportaciones de crudo, combustibles líquidos y gas natural a los países de Europa Central y Oriental. La mayor parte se bombea a través de oleoductos que pasan por Turquía y luego por Grecia y otros países balcánicos.
Azerbaiyán tuvo una producción media de 685.000 barriles diarios de crudo en 2022 (alrededor del 0,7% de la producción mundial). Para la UE es especialmente importante por su producción de gas. Sólo el año pasado produjo 34,1 bcm [mil millones de metros cúbicos], una parte significativa de los cuales se destinó a Europa. Pocos meses después de la invasión rusa a Ucrania en julio de 2022, se firmó un acuerdo de cooperación entre la UE y Azerbaiyán que incluía casi duplicar el suministro de gas a los países de la UE de 12 bcm en 2022 a 20 bcm en 2027.
En mayo del año pasado, la revista Foreign Policy publicó un artículo con el inquietante título «Azerbaiyán puede ganar mucho en la crisis energética europea: Eso augura problemas en Nagorno-Karabaj», en el que se explicaba que «ahora que gran parte de Europa planea sancionar las exportaciones energéticas de Rusia tras su invasión de Ucrania, Azerbaiyán ha puesto sus miras en exportar más gas al continente». Pero, ¿por qué suponía esto «problemas» para Nagorno-Karabaj?
Bueno, se produjo sólo un par de meses después de que el Parlamento Europeo aprobara una resolución «…condenando enérgicamente la política continuada de Azerbaiyán de borrar y negar el patrimonio cultural armenio en Nagorno-Karabaj y sus alrededores». De hecho, la resolución fue aprobada por 635 votos a favor y 2 en contra. La resolución llegaba incluso a condenar «el revisionismo histórico y el odio hacia los armenios promovidos por las autoridades azerbaiyanas, incluida la deshumanización, la glorificación de la violencia y las reivindicaciones territoriales contra la República de Armenia que amenazan la paz y la seguridad en el Cáucaso meridional».
Así pues, cabría pensar que los derechos de la minoría armenia de Azerbaiyán estaban en buenas manos ahora que las damas y caballeros que componen el Parlamento Europeo se habían expresado en un lenguaje tan inequívoco y firme. Pues no… Como explicaba el mismo artículo de Foreign Policy «Esas condenas, sin embargo, fueron archivadas durante la última ronda de conversaciones de alto nivel sobre energía celebrada este mes». Esas fueron las mismas conversaciones que condujeron al acuerdo de julio de 2022 mencionado anteriormente.
Como dice el refrán «los negocios son los negocios y la amistad es la amistad»… y es un grave error confundir ambas cosas. Según la definición del diccionario Merriam-Webster: «negocios son negocios» significa que «para que un negocio tenga éxito es necesario hacer cosas que puedan herir o molestar a la gente». Así es. Con amigos como la UE, ¿quién necesita enemigos?
Como explicaba el Financial Times en un artículo del 21 de septiembre:
«Bruselas condenó el asalto de 24 horas, que mató a docenas e hirió a cientos más y ha provocado que miles de residentes armenios busquen ser evacuados entre temores de limpieza étnica. Pero pone a la UE en un aprieto respecto a qué hacer a continuación. A pesar de que Azerbaiyán es una autocracia acusada de violaciones generalizadas de los derechos humanos, la UE ha tratado de congraciarse con ella en los últimos años, sobre todo para comprarle más gas (en sustitución del que antes compraba a Rusia)…» [Énfasis mío]
Así pues, el pueblo de la República de Artsaj ha recibido una lección muy dura sobre el verdadero valor de la idea de la Unión Europea de «defender los derechos humanos». El pueblo ha perdido su patria histórica, sus hogares, sus puestos de trabajo, su dignidad como pueblo, todo porque el capitalismo europeo necesita el gas azerí. Lo que motiva al establishment burgués de Europa no es la preocupación por los derechos humanos, sino factores económicos muy burdos, sus propios privilegios, poder y prestigio.
Un factor adicional importante es su temor a una revolución en casa. La guerra en Ucrania ha agravado enormemente las ya graves condiciones económicas y sociales en toda Europa. Los elevados costes de las facturas energéticas están ejerciendo una presión insoportable sobre millones de familias de la clase trabajadora. Tarde o temprano, esto producirá agitación social y lucha de clases en toda Europa, y la clase dominante es plenamente consciente de este hecho.
¿Y los rusos?
Pero, ¿Qué pasa con los viejos amigos de los armenios, los rusos? En un artículo publicado en el Financial Times (28 de septiembre), un antiguo comerciante del pueblo afirma: «Nuestras esperanzas estaban puestas en los rusos, son nuestros hermanos. ¿Por qué han permitido que los azerbaiyanos nos traten así?». Una buena pregunta, sin duda, pero la misma lógica se aplica aquí.
Putin no puede permitirse abrir una guerra en la región, lo que supondría comprometer a un gran número de soldados precisamente cuando necesita concentrarse en Ucrania. La decisión de Rusia de no emprender ninguna acción para detener la invasión azerí, a pesar de contar con 2.000 efectivos de «mantenimiento de la paz» sobre el terreno, ha revelado una debilidad. Y Erdogan, en Turquía, se ha aprovechado de la situación, respaldando el ataque azerí contra lo que quedaba de la región autoadministrada de Nagorno-Karabaj. Sintió que podía respaldar la maniobra debido al compromiso de Rusia en la guerra de Ucrania.
Esto explica también un cambio en la política exterior armenia. Hasta hace poco su gobierno intentaba mantener una posición de neutralidad en la guerra de Ucrania, tratando de equilibrar las presiones de Occidente, por un lado, y su dependencia de Rusia en su conflicto con Azerbaiyán, por otro. Sin embargo, recientemente anunciaron el envío de ayuda humanitaria a Ucrania. Mientras tanto, están a punto de celebrar unas maniobras militares conjuntas con Estados Unidos, conocidas como «Eagle Partner 2023».
El ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, ha reaccionado recordando al gobierno armenio el destino que espera a los países que han confiado en Estados Unidos. En esto, por supuesto, tiene razón. El imperialismo estadounidense utiliza a las naciones pequeñas cuando le conviene. Basta con ver el destino de los kurdos de Siria, que primero fueron alabados como héroes y apoyados en su lucha contra el régimen de Asad y el ISIS, sólo para ser abandonados sin ceremonias cuando su apoyo ya no convenía a los EE.UU.
Pero es la toma de conciencia por parte del gobierno armenio de que tampoco pueden confiar en Rusia para promover sus propios intereses lo que ha provocado este giro. El hecho es que el interés de Rusia en la región ha cambiado. Tiene que pensar en Ucrania, y ha estado haciendo esfuerzos para evitar entrar en un conflicto directo con Turquía y Azerbaiyán. Y estos últimos son plenamente conscientes de ello. Por tanto, se les ha abierto un mayor margen de maniobra en este frente.
Turquía considera que Azerbaiyán está dentro de su propia esfera de influencia, y Putin ha estado utilizando a Turquía –un socio comercial clave de Rusia– en sus esfuerzos por eludir las sanciones impuestas por Estados Unidos y la UE, algo que, por cierto, ha conseguido con gran éxito.
Azerbaiyán también es importante para Rusia como ruta comercial hacia Irán, India y otros países. El año pasado, el 9 de septiembre de 2022, se firmó una declaración conjunta entre Rusia, Azerbaiyán e Irán por la que se establecía un Corredor Internacional de Transporte Norte-Sur. El viceprimer ministro ruso, Alexander Novak, subrayó que el corredor es un elemento clave de la cooperación entre los tres países:
«El uso a gran escala del potencial Norte-Sur tendrá un impacto positivo en el nivel del comercio, el flujo de mercancías y la actividad económica de nuestros países».
«Entre los principales objetivos de las actividades conjuntas en el marco del grupo de trabajo, proponemos considerar la construcción del tramo ferroviario Rasht-Astara. Este ferrocarril garantizará el crecimiento del flujo de mercancías a lo largo del corredor occidental en hasta 15 millones de toneladas», añadió. (véase «Azerbaiyán, Rusia e Irán firman una declaración sobre el corredor de transporte Norte-Sur»). Cuando Putin visitó Irán el año pasado, explicó que los planes incluían un enlace ferroviario que conectara Rusia con el Golfo Pérsico, y que Azerbaiyán formaba parte de este proyecto.
Lo que significa todo esto es que Putin ha abandonado a su suerte a los armenios de Nagorno-Karabaj, ya que tiene intereses más apremiantes en este momento. Lavrov tiene razón al advertir a los armenios que no se fíen de los estadounidenses. Pero tampoco se puede confiar en la Rusia de Putin cuando se trata de los intereses de naciones pequeñas.
Moneda de cambio menor para el imperialismo
Así, vemos cómo el pueblo de Nagorno-Karabaj ha sido utilizado como una moneda de cambio menor en las rivalidades interimperialistas de la región. A los europeos les interesa el flujo de gas procedente de Azerbaiyán. Los rusos necesitan mantener abiertas las rutas comerciales como parte de sus maniobras para evitar que las sanciones occidentales afecten a su propia economía.
Un día pueden alzar la voz sobre tal o cual pueblo cuyos derechos han sido vulnerados, para dejar de hacerlo en cuanto deje de estar en consonancia con sus propios intereses estratégicos.
Una vez más, vemos cómo los derechos de las naciones a la autodeterminación no pueden garantizarse mientras el mundo esté en manos de las diversas clases dominantes burguesas nacionales. Defenderán los derechos de una nación cuando hacerlo esté en consonancia con sus propios intereses. Así, Biden hace mucho ruido sobre Ucrania, no porque esté interesado en la difícil situación del pueblo ucraniano, sino porque lo ve como una herramienta útil para hacer retroceder el poder de Rusia. Su único objetivo es debilitar a Rusia en todo el mundo. Todas las potencias imperialistas se comportan así. Los oligarcas rusos se comportan de manera similar, al igual que el capitalismo chino. No se puede confiar en el gobierno estadounidense, en la UE, en Rusia o en China cuando se trata de defender los derechos de las naciones.
Como demostró claramente la Revolución de Octubre de 1917, la clase obrera es la única que carece de intereses materiales en la opresión de los otros pueblos. La clase obrera necesita llegar al poder en todos los países. Una vez que los trabajadores de todos los países tengan el control de los recursos materiales, procederán a construir un nuevo orden, basado en las necesidades humanas y no en los beneficios privados. Debemos alzar la voz del internacionalismo obrero. Es el único camino.
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