Las jornadas de junio de 1848: la erupción del volcán revolucionario

1848 fue un año de revolución en Europa, con el levantamiento de los obreros franceses que se rebelaron contra el viejo orden. Hoy, como Marx escribió entonces, un fantasma aterroriza a las clases dominantes: el fantasma del comunismo.

En febrero de 1848, los obreros de París derrocaron al rey de Francia y proclamaron la Segunda República. Unos meses más tarde, volverían a alzarse en las llamadas “jornadas de junio”, que Marx describió en aquel momento como “la mayor revolución de la historia, […] la revolución del proletariado contra la burguesía.”

Los obreros acabaron siendo derrotados en junio de 1848. Pero el legado de su lucha heroica sigue siendo un símbolo y una lección de gran valor para la clase obrera hoy en día.

La monarquía de julio

Francia en los años 1830 y 40 vivía bajo la llamada “monarquía de julio” del rey Luis Felipe, caracterizada por su corrupción.

Acumulando deudas y ofreciendo contratos para obras públicas a diestro y siniestro, los ministros “echaban las cargas principales sobre las espaldas del Estado y aseguraban los frutos de oro a la aristocracia financiera especuladora”, en palabras de Marx. Este estado de las cosas recuerda mucho al que presenciamos actualmente en Gran Bretaña.

La joven clase obrera era explotada despiadadamente bajo esta “monarquía burguesa”, a menudo trabajando 14 o incluso 18 horas al día, apenas ganando suficiente para sobrevivir. La falta de viviendas suponía que los obreros y sus familias se amontonaban en pequeños cuartuchos, viviendo en condiciones infrahumanas.

Pero también en esta época se empezaron a formar las primeras organizaciones y asociaciones pedagógicas de la clase obrera, donde se debatían acaloradamente las ideas del socialismo. El socialista más conocido de los años 40 era Luis Blanc, que publicó su principal obra, La organización del trabajo, en 1839.

Tomando como punto de partida “el derecho al trabajo” –una idea planteada por primera vez por el socialista utópico Charles Fourier– Blanc exigió la creación de “talleres sociales” por parte del Estado, que ofrecerían trabajo a todo el mundo.

La revolución de febrero

Francia se vio sacudida por una profunda crisis económica en 1846 y 1847, y, en el subsiguiente clima de inestabilidad, la oposición liberal arreció su campaña a favor de la reforma electoral, dirigiéndose directamente al pueblo, o por lo menos a las clases medias respetables, que eran las que más se beneficiarían de una moderada ampliación del sufragio.

Las leyes draconianas de la monarquía contra el derecho de reunión, sin embargo, imposibilitaron la convocatoria de mítines o asambleas políticas. En su lugar, emprendieron una campaña de “banquetes”, en los que los asistentes pagarían una entrada para comer y beber, y, mientras tanto, escucharían discursos de oradores conocidos.

El primer banquete de esta campaña tuvo lugar en julio de 1847 en París. Rápidamente, la campaña cayó en manos de “demócratas” más radicales que abogaban por el sufragio universal.

Los avances de la campaña arrastraron a los obreros que, además del voto, también empezaron a plantear sus exigencias sociales, como estaban haciendo los cartistas británicos. Un banquete en Chartres, por ejemplo, añadió “la organización del trabajo” a su reivindicación del sufragio universal.

En el parlamento, la campaña de los banquetes no hizo nada para quebrar la resistencia del gobierno. En un clima de creciente tensión, el diputado liberal Alexis de Tocqueville dio el siguiente aviso: “caballeros, estoy convencido de que estamos durmiendo sobre un volcán.”

Cuando las autoridades prohibieron la última ronda de banquetes, en París el 22 de febrero de 1848, este volcán entró en erupción.

En los barrios obreros de la ciudad, se asaltaron armerías y se construyeron barricadas. A la mañana siguiente, la Guardia Nacional fue desplegada para imponer el orden, pero en vez de eso acabaron coreando “¡viva la reforma!”

El rey disolvió el gobierno, esperando de esta manera apaciguar la revuelta, pero eso sólo soliviantó a las masas. Cuando un grupo de manifestantes que llevaban una bandera roja avanzaron hacia una línea de soldados, las tropas abrieron fuego sobre la multitud, matando a 52 de ellos.

Los obreros estaban enfurecidos por la masacre y exigían venganza. La monarquía ya estaba condenada.

Al día siguiente, toda la ciudad estaba en manos de la clase obrera armada. En cuanto se anunció la abdicación del rey a favor de su nieto de nueve años, el parlamento fue asaltado por trabajadores revolucionarios que obligaron a que se declarase la República.

Los obreros traicionados

En todas las fases de la revolución de 1848, la iniciativa estuvo en manos de la clase obrera. Fueron ellos quienes montaron las barricadas y murieron defendiéndolas, y fueron ellos quienes impusieron la República. Pero esta revolución obrera aupó al poder a otra clase social distinta. Ni siquiera consiguieron los representantes de los trabajadores una mayoría.

El gobierno provisional que tomó el poder el 24 de febrero estaba formado por republicanos “puros” o “moderados”, con la presencia de un par de socialistas como Louis Blanc que fueron invitados bajo la presión de los trabajadores.

La insurrección de los obreros había llevado al poder a sus enemigos. León Trotski se refirió a esto como la “paradoja de la revolución de febrero” en 1917, y eso se puede aplicar también a febrero de 1848.

En las calles de París, mientras tanto, los obreros armados representaban una autoridad casi incuestionada. Y habiendo conquistado la República, esperaban, como no es de extrañar, que esta les trajera la emancipación de la pobreza y de la opresión.

Al mediodía del 25 de febrero, el primer día de la nueva república, un destacamento de obreros armados se desplazó al Hôtel de Ville (el ayuntamiento). Uno de ellos dio un golpe en el suelo con la culata de su fusil y exigió “droit au travail” (derecho al trabajo).

Blanc, viendo que le planteaban su propia consigna de una manera tan amenazante, de inmediato redactó uno de los primeros decretos del gobierno provisional:

El gobierno provisional de la República francesa se compromete a garantizar los medios de subsistencia del obrero mediante el trabajo. Se compromete a garantizar el trabajo a todos los ciudadanos.”

El mismo decreto prometió el establecimiento de “talleres nacionales” que dieran trabajo a todo el mundo.

De la noche a la mañana, los obreros de París habían, en efecto, impuesto el programa de Louis Blanc a todo el país, para sorpresa de su autor. Pero el propio Blanc fue alejado en la medida de lo posible de los medios necesarios para implementar esta reforma. En vez de eso, se le puso al frente de una “comisión” que estudiaría la organización del trabajo, sin ningún poder o presupuesto que pudiera ofrecer una solución práctica.

Al mismo tiempo, 100.000 obreros fueron integrados en los “talleres nacionales”. Pero la tarea de organizar a este ejército de parados no le cupo a Blanc, sino a Alexandre Marie, que era un adversario del socialismo.

No es de extrañar que este arreglo no satisficiera a nadie. Los miembros “respetables” de la sociedad estaban escandalizados ante la imagen de miles de obreros puestos a sueldo público sólo por haber estado desempleados, mientras que los trabajadores estaban profundamente desilusionados.

Para ellos, el “derecho al trabajo” no era la caridad, sino la organización de la producción para garantizar a todos un empleo útil de acuerdo con su formación. Lo que querían, en esencia, era el socialismo. Lo que se les dio, como dijo Marx, fueron “los talleres ingleses pero al aire libre.”

Los clubs revolucionarios

MARX ENGELS

Marx describió los clubs como los “centros del proletariado revolucionario”

Uno de los aspectos más inspiradores de la revolución de febrero fue el movimiento de los clubs. Estos clubs tomaban su nombre de sus antecesores de la gran Revolución francesa, pero ahora tenían un carácter de clase muy diferente.

Incluso los clubs más radicales de la primera revolución eran controlados principalmente por la burguesía. Los de 1848, por otro lado, entremezclaban elementos de asambleas obreras y partidos políticos. Se reunían a menudo para discutir los asuntos candentes del día, así como cuestiones de teoría política y económica.

Para mediados de abril, había 203 tan sólo en París, de los que 149 estaban unificados en una sola federación. Eran en esencia órganos de democracia obrera que crecían rápidamente, asumiendo las tareas diarias de la revolución.

Marx describió los clubs como los “centros del proletariado revolucionario” e incluso como “la formación de un Estado obrero ante el Estado burgués.”

Una cuestión clave para el movimiento de los clubs era su postura ante el gobierno provisional: ¿debía apoyarlo, aun críticamente, o avanzar hacia su derrocamiento? La mayoría de clubs de París adoptaron una actitud conciliadora, viéndose como un punto de apoyo o, en el mejor de los casos, un correctivo al gobierno.

La actitud del gobierno provisional ante los clubs, por otro lado, era más bien de miedo y asco que de supervisión y apoyo.

Mientras que los obreros armados fuesen la principal fuerza en las calles, el gobierno provisional tendría que contemporizar y ofrecer concesiones. Pero nadie en el gobierno albergaba la ilusión de que este estado de las cosas pudiese mantenerse indefinidamente.

El gobierno avanza

El gobierno se fortaleció en las elecciones del 23 y 24 de abril de 1848. Todos los franceses de más de 21 años de edad tenían derecho a votar para escoger los 900 diputados que formarían la Asamblea Nacional. Eso cumplía casi todas las reivindicaciones políticas de los cartistas británicos, que se habían manifestado masivamente en Londres unas semanas antes.

La consecuencia fue una victoria aplastante para el gobierno provisional y la república burguesa. Casi todos los diputados elegidos se presentaron como republicanos, ¡incluyendo muchos monárquicos! Esto reflejaba el estado de ánimo del país. Pero los diputados socialistas y radicales tan sólo obtuvieron unos 55 escaños de los 900 de la asamblea.

Debe recordarse que la clase obrera representaba una pequeña minoría de la población francesa en esa época, siendo la gran mayoría de los electores campesinos que vivían en las provincias.

Una capa significativa del campesinado más tarde se escoraría violentamente hacia la izquierda, pero eso requeriría un tiempo, así que era inevitable que los socialistas se vieran aislados en esta primera etapa.

Los obreros revolucionarios en los clubs estaban asqueados por el resultado de las elecciones y empezaron a exigir el derrocamiento inmediato de la asamblea. Mientras tanto, el gobierno echó a sus ministros socialistas, Blanc y Albert, y se preparó para plantar cara a los trabajadores.

El 24 de mayo, se anunció que los obreros registrados en los talleres nacionales serían o reclutados al ejército o expulsados de París.

Los obreros se enfrentaban a la disolución de sus organizaciones, la deportación y la pobreza. El 22 de junio, Louis Pujol, un encargado de un taller, dirigió una manifestación hasta el Ministerio de obras públicas, donde se encaró con el ministro Marie, que le dijo: “si los obreros no quieren irse a las provincias, les llevaremos allí a la fuerza.”

Esa tarde, Pujol se dirigió a un mitin masivo en el Panthéon. “El pueblo ha sido engañado,” dijo. “Tan sólo habéis cambiado de tiranos, y los tiranos de hoy son más odiosos que los de antes… ¡Tenéis que vengaros!”

Las jornadas de junio

El 23 de junio, las barricadas volvieron a París.

El 23 de junio, las barricadas volvieron a París. A mediodía, casi toda la mitad oriental de la ciudad estaba en manos de unos 50.000 insurgentes, aunque los combatientes armados sin duda eran apoyados por un sector amplio de la población obrera.

Al mismo tiempo, la Guardia Nacional fue llamada a la calle. Pero la respuesta fue ambigua, puesto que en la parte oriental de la capital los guardias se dejaron desarmar por los obreros o se unieron directamente a la insurrección. En la parte occidental, más rica, mantuvieron la disciplina con firmeza.

Para las once de la noche, había ya 1.000 muertos y los combates se prolongaban. Todos los dirigentes de renombre de la clase obrera fueron asesinados, detenidos o exiliados, y muchos también traicionaron al movimiento. Ni un solo diputado socialista en la Asamblea Nacional apoyó la insurrección. El periódico “socialista-democrático” La Réforme explicó: “éramos revolucionarios intransigentes” bajo la monarquía, “pero somos demócratas progresistas bajo la República y nuestra única arma es el sufragio universal.”

Louis Blanc firmó una declaración donde pedía a los obreros que dejasen las armas “fratricidas,” alegando que “eran víctimas de un fatal malentendido.” En teoría, Blanc veía la república democrática como una herramienta para emancipar a la clase trabajadora. Pero en la práctica, su fe en el Estado burgués le llevó a anteponer su defensa a cualquier otra cosa, incluso por encima de los obreros a los que debía servir. Este fracaso ineludible del reformismo atormentará a la clase obrera una y otra vez en todo el mundo.

El estado de sitio fue declarado en París y al General Eugène Cavaignac le fueron otorgados poderes dictatoriales para aplastar el levantamiento.

Engels escribió: “Hoy… la artillería se apunta no sólo contra las barricadas, sino también contra las casas.” Muchos insurgentes capturados fueron ejecutados sumariamente y arrojados al Sena.

Por otro lado, en las zonas bajo su control, los obreros mantuvieron un orden absoluto. Sólo las armerías fueron asaltadas, y los enemigos que caían prisioneros a menudo era liberados.

La derrota

Fue decisivo que los obreros se lanzaran solos a la batalla. Este hecho determinó el desenlace.

La revolución de febrero fue dirigida por los obreros, pero había sido apoyada por un sector decisivo de los pequeños propietarios y artesanos de París, que constituían la mayor parte de la población de la ciudad en aquella época. En junio de 1848, esta “pequeña burguesía” se puso del lado de los defensores de la propiedad privada contra los trabajadores.

Mientras tanto, unos 100.000 voluntarios de las provincias rurales se dirigieron en tropel a la ciudad, viajando hasta 1000 kilómetros para enfrentarse a la insurrección. Machacados por la artillería y rodeados por todos los lados, el levantamiento empezó a retroceder.

El tercer día, las tornas se giraron contra los obreros, y el lunes 26 de junio la última barricada fue tomada por las tropas de Cavaignac. Los obreros de París, aislados, sin una dirección centralizada o artillería propia, habían resistido durante cuatro días contra todo el poderío militar de la “civilización” burguesa.

El gobierno cifró las bajas en 708, y, mientras el número de insurgentes muertos no fue registrado en detalle, es probable que ascendiese a varios miles. Varios miles más fueron deportados a colonias penales en Argelia.

París nunca había presenciado una batalla así de sangrienta, que sólo sería superada por el aplastamiento de la Comuna de París en la semana sangrienta del 21-28 de mayo de 1871.

Lo que distinguió los acontecimientos de junio de 1848 de todas las insurrecciones previas no fue sólo su escala, sino que la Revolución de junio supuso la primera ocasión en que el proletariado desafió el dominio de clase de la burguesía, en su propio nombre.

Es innegable que los obreros y sus dirigentes cometieron errores mientras buscaban el camino justo a tientas, pero eso le sucede a todos los pioneros. Esta era todavía una etapa inicial en el desarrollo de la clase obrera. No sólo no existía un verdadero partido de la clase obrera en este momento, sino que incluso el movimiento sindical estaba todavía subdesarrollado y concentrado en un puñado de profesiones.

Pero es mucho más importante recalcar lo cerca que estuvieron de obtener la victoria, en un momento en el que constituían una minoría incluso en París, por no hablar del resto de Francia.

Los obreros aprendieron y consiguieron más en tres meses que en las tres décadas anteriores.

Habiendo conquistado la república democrática, los obreros inmediatamente intentaron usarla para sus propios fines. Frenados por las mismas instituciones que ellos habían creado, formaron sus propios órganos democráticos para la conquista del poder y para la transformación socialista de la sociedad.

Y a pesar de su derrota los obreros de París ofrecieron a las generaciones siguientes un gran legado revolucionario.

El poder obrero

Lo que en 1848 fue proclamado sobre el papel se materializó en la práctica en la Comuna de París de 1871.

Los grandes acontecimientos de junio de 1848 también tuvieron un impacto tremendo en el desarrollo del marxismo. Extrayendo las lecciones de la lucha en París, Marx envió una circular a su organización en 1850 en la que insistía que en las revoluciones futuras: “Fuera del gobierno oficial constituirán un gobierno revolucionario de los trabajadores en forma de Consejos ejecutivos locales o comunales, Clubs obreros o Comités de trabajadores.”

Además, explicó que el objetivo de estos comités o clubs no debería ser el de apoyar al gobierno oficial sino desenmascararlo y preparar su derrocamiento, estableciendo lo que él definió como la “dictadura del proletariado” –el dominio de clase de los obreros.

Su grito de guerra”, dijo “debe ser la Revolución permanente.”

Finalmente, lo que en 1848 fue proclamado sobre el papel se materializó en la práctica en la Comuna de París de 1871: el primer Estado obrero de la historia.

Estas lecciones fueron estudiadas también por Lenin y Trotski, que las aplicaron magistralmente en 1917. Por lo tanto, no es ninguna exageración decir que la derrota de los trabajadores en 1848 está directamente ligada a su victoria en 1917.

Hoy

Estos acontecimientos nos enseñan muchas cosas a día de hoy. El capitalismo global se enfrenta a la mayor crisis de su historia. A lo largo y ancho del mundo, las masas han derrocado numerosos gobiernos en la búsqueda de una vida mejor, y esto es sólo el comienzo.

En Europa, el grado de corrupción y de malestar es comparable a los últimos días de la “monarquía de julio” en Francia e impregna a todas las clases sociales.

Como Tocqueville en enero de 1848, los representantes más perspicaces del orden actual pueden ver el peligro que les acecha: temen una nueva erupción del volcán de la revolución.

Pero la clase obrera moderna es incomparablemente más fuerte que en 1848, y el potencial para la transformación socialista de la sociedad nunca ha sido mayor. Con una dirección revolucionaria, guiados por las lecciones de la historia, la victoria está asegurada.

Trabajadores de todos los países, ¡uníos!

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