Las crecientes fisuras en las relaciones mundiales y la tarea de los comunistas

La crisis del capitalismo es también la crisis del orden mundial posterior a la URSS, que se basaba en la dominación del imperialismo estadounidense. Con el ascenso de China como potencia mundial, Rusia adoptando una postura cada vez más desafiante a escala internacional y Estados Unidos incapaz de intervenir militarmente a gran escala, el bastón de policía mundial ya no tiene el peso ni garantiza el acatamiento de antaño. Esto tiene importantes implicancias para el equilibrio de poder en el escenario mundial.

En Irak, Afganistán y Siria, Estados Unidos fue derrotado. En Libia, fue dejado a un lado. Mientras tanto, las potencias de segundo orden, muchas de ellas aliadas de Estados Unidos desde hace mucho tiempo, se han desviado cada vez más de los deseos de Washington.

En la guerra de Ucrania, los estadounidenses vieron una oportunidad de debilitar a Rusia, que es el aliado más poderoso de su principal rival, China. Pero un hombre atrapado en arenas movedizas no debe moverse, dicen. En lugar de restaurar la posición del imperialismo estadounidense, la guerra ha exacerbado las contradicciones en las relaciones mundiales y ha socavado aún más la autoridad estadounidense.

Todo ello anuncia un nuevo periodo de mayor inestabilidad y conflicto entre las naciones. Para los comunistas, esto subraya el callejón sin salida del capitalismo y la necesidad de una decidida lucha de clases internacional por el socialismo.

La guerra de Ucrania: echando leña al fuego

Desde el estallido de la guerra indirecta entre el imperialismo estadounidense y Rusia en Ucrania, la maquinaria propagandística de la prensa occidental ha tratado de pintar el siguiente cuadro: por un lado está Rusia, el paria, aislado y solo. En el otro lado está el mundo entero, con Estados Unidos a la cabeza, unido en la condena del tirano del Kremlin.

Sin embargo, si rascamos la superficie de esta cuidada exhibición, rápidamente nos encontramos con una imagen totalmente distinta. El objetivo de Estados Unidos en la guerra de Ucrania era aislar y paralizar a su rival ruso de un solo golpe, al tiempo que debilitaba las relaciones entre Rusia y Europa, estrechando así su control sobre esta última. «Arrastramos a Rusia a un atolladero», se decían triunfalmente los políticos occidentales.

«La Rusia de Putin no es nuestra amiga y es el aliado más poderoso de China», escribió recientemente el ex candidato presidencial republicano Mitt Romney. «Apoyar a Ucrania debilita a un adversario, aumenta nuestra ventaja en seguridad nacional y no requiere derramar sangre estadounidense».

Con esto en mente, Occidente, encabezado por Estados Unidos, ha vertido grandes cantidades de armas en Ucrania y le ha suministrado una gran cantidad de ayuda militar, económica y de inteligencia directa. Al mismo tiempo, han impuesto una serie de sanciones a Rusia: las más severas aplicadas a cualquier país desde la Segunda Guerra Mundial.

A Rusia se le han cortado las inversiones occidentales, se le ha negado el acceso a tecnologías avanzadas y se le ha bloqueado el sistema bancario electrónico SWIFT. Se han congelado activos de su banco central por valor de 400.000 millones de dólares y se ha emprendido una campaña para cortar sus flujos de gas a Europa.

Pero, como veremos, estas políticas están resultando contraproducentes, y la clase dirigente estadounidense está teniendo que enfrentarse a su propio atolladero. En una entrevista para Bloomberg, el ex secretario del Tesoro Larry Summers dijo lo siguiente:

«Hay una creciente aceptación de la fragmentación y, lo que puede ser aún más preocupante, creo que hay una creciente sensación de que el nuestro puede no ser el mejor fragmento al que asociarse. Estamos en el lado correcto de la historia, con nuestro compromiso con la democracia, con nuestra resistencia a la agresión de Rusia, pero parece que estamos un poco solos en el lado correcto de la historia, ya que los que parecen estar mucho menos en el lado correcto de la historia se están agrupando cada vez más en toda una serie de estructuras».

Más allá de la hipócrita fraseología sobre «el lado correcto de la historia», encontramos una inquietante advertencia en la declaración anterior, procedente de un serio estratega burgués.

Aunque el desgaste en el campo de batalla todavía no ha llevado a la guerra a un punto de inflexión claro para uno u otro bando, la realidad política en el escenario mundial no se ajusta a los objetivos bélicos del imperialismo estadounidense.

Está claro que fuera de Occidente y Japón, una gran parte, si no la mayoría, de las clases dominantes de las diversas naciones del mundo, no tienen ningún interés en verse arrastradas al conflicto de Ucrania del lado de Occidente.

De hecho, mucho más que aislar a Rusia, las acciones de Estados Unidos han agudizado las tensiones existentes en las relaciones mundiales, han puesto de relieve los límites del poder de Estados Unidos y han debilitado su autoridad.

Las sanciones son contraproducentes

Un reciente artículo de la revista británica de derechas The Spectator afirmaba lo siguiente:

«Occidente se embarcó en su guerra de sanciones con un sentido exagerado de su propia influencia en el mundo. Como hemos descubierto, los países no occidentales carecen de la voluntad de imponer sanciones a Rusia o a los oligarcas rusos. Los resultados de este error de cálculo están a la vista.
«En abril del año pasado, el FMI pronosticó que la economía rusa se contraería un 8,5% en 2022 y otro 2,3% este año. Resultó que el PIB cayó sólo un 2,1% el año pasado, y este año el FMI prevé un pequeño aumento del 0,7%. Y todo ello a pesar de que la guerra de Ucrania ha ido mucho peor de lo que muchos imaginaban en febrero del año pasado.
«La economía rusa no ha sido destruida; simplemente ha sido reconfigurada, reorientada para mirar hacia el este y el sur en lugar de hacia el oeste».

Aunque es cierto que algunos sectores de la economía rusa se han resentido y que sufre escasez de ciertos componentes avanzados, las sanciones no han conseguido lo que Occidente se propuso: paralizarla hasta el punto de que proseguir la guerra en Ucrania se hiciera insostenible.

La subida de los precios de las exportaciones de hidrocarburos, en gran parte redirigidas a través de India y China, ha mantenido a flote la economía rusa. Y Rusia ha podido acceder a tecnologías avanzadas a través de terceros países como China, Turquía y los Estados del Golfo.

El reciente viaje del primer ministro chino Xi Jinping a Moscú fue una muestra pública de apoyo a Putin y un desafío abierto a los intentos del imperialismo estadounidense de aislarlo. La imagen mediática del aislamiento total de Rusia estalló como una pompa de jabón. El comercio entre ambos países ha aumentado un 40% en el último año. Está claro que a Rusia le habría resultado muy difícil continuar su campaña militar en Ucrania de no ser por el respaldo que ha recibido de Pekín.

China no ha suministrado hasta ahora armas a Rusia para su uso en Ucrania, al menos que se sepa públicamente. Pero ha superado a Europa como mayor importador de crudo ruso. Además, se ha convertido en un medio vital para que Rusia eluda las sanciones a la importación de productos clave, como los circuitos integrados.

En lugar de aislar a Rusia y permitir que el imperialismo estadounidense se centre en su principal rival, las acciones de Washington han empujado a Rusia a los brazos del régimen del PCCh: una alianza que ahora es un problema creciente para los estadounidenses.

El resto del mundo no está tranquilo

Más lejos, las cosas no pintan mucho mejor para Estados Unidos.

En octubre, la ONU condenó los referendos de anexión de Rusia en las regiones que controlaba en Ucrania por 143 votos contra cinco. Este resultado fue pregonado por Occidente para decir: «¿Veis? Mirad cómo está Rusia en la escena mundial. Está completamente sola».

Pero incluso la revista Time se vio obligada a admitir que la votación de la ONU demostraba en realidad que «Rusia no está tan aislada como a Occidente le gustaría pensar», ya que los 35 países que se abstuvieron, entre ellos China e India, representan casi la mitad de la población mundial. A pesar del gran número de abstenciones, el problema de esta afirmación es el siguiente: Las resoluciones de la ONU son sólo palabras. Pero en política, lo que cuenta son los hechos y sólo los hechos.

Si nos fijamos en los hechos, la historia es totalmente distinta.

Un interesante artículo de The Economist titulado «Cómo sobrevivir a una división de superpotencias» revela que sólo 52 países (descritos como «Occidente y sus amigos») están dispuestos a «arremeter y castigar las acciones de Rusia» (el subrayado es nuestro). Mientras tanto, 127 Estados no se han alineado claramente en uno u otro sentido y están ayudando a Rusia a minimizar el impacto de las sanciones.

Turquía, un miembro clave de la OTAN, ha desempeñado un papel especialmente crucial para Rusia al ayudarla a eludir las sanciones.

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha alabado la «relación especial» del país con Rusia y se ha negado a imponer sanciones occidentales a Moscú. En los seis primeros meses tras el inicio de la invasión rusa, las exportaciones turcas a Rusia aumentaron un 45% y las importaciones un 125%.

Arabia Saudí, otro aliado tradicional de Estados Unidos, también ha desafiado a los imperialistas occidentales al llegar a un acuerdo con Rusia para recortar la producción de petróleo en un cinco por ciento, manteniendo elevados los precios del petróleo y el gas en medio de una recesión mundial. La indignación de Washington ante esta medida fue recibida con poco más que un encogimiento de hombros en Riad.

También Israel, a pesar de ser la principal cabecera del imperialismo estadounidense en Oriente Próximo, ha adoptado una postura más o menos neutral respecto a la guerra de Ucrania, negándose a vender armas a Ucrania o a aplicar sanciones.

En América Latina, Brasil, Argentina, México, Chile e incluso Colombia, antiguo aliado de Estados Unidos, han resistido la presión de su poderoso vecino negándose a suministrar armas a Ucrania.

Tras su viaje a China en abril, el presidente de Brasil, Lula, atacó a Occidente por prolongar la guerra enviando más armas a Ucrania, declarando que:

«[Estados Unidos] tiene que dejar de fomentar la guerra y empezar a hablar de paz, la Unión Europea tiene que empezar a hablar de paz para que podamos convencer a Putin y a Zelenski de que la paz nos interesa a todos y que la guerra sólo les interesa a ellos dos».

Por lo demás, India ha ayudado a los rusos a recuperar casi todas sus ventas perdidas de gas y petróleo. India tiene sus propias razones para mantener relaciones amistosas con Rusia. Pero los precios inferiores a los del mercado para el gas y el petróleo rusos endulzan sin duda el trato. Sus importaciones de petróleo de Rusia se han multiplicado por 22 desde el estallido de la guerra. De hecho, India está incluso refinando y reexportando algunos de estos hidrocarburos como gasóleo para el mercado europeo.

Rusia también sigue siendo el mayor proveedor de defensa de India, con planes de ampliar la gama de armas para incluir los sistemas rusos de defensa antiaérea más avanzados.

El gobierno sudafricano también se encogió de hombros ante las protestas de Estados Unidos por la organización de maniobras navales conjuntas con China y Rusia frente a su costa oriental en febrero. Y acaban de conceder inmunidad diplomática a Putin, permitiéndole así asistir a la cumbre de los BRICS en Sudáfrica en abierto desafío a una orden de detención de la CPI contra él.

La guerra de Ucrania ha hecho subir considerablemente el precio del petróleo, el gas, los alimentos y los fertilizantes. Todos ellos son productos especialmente sensibles en los países pobres, donde millones de personas están cayendo en la indigencia debido a la crisis económica mundial. En toda África, así como en América Latina, han aumentado las exportaciones rusas de cereales y fertilizantes.

Para evitar un estallido social, muchos países prefieren negociar con Rusia, que puede ofrecerles estos bienes a precios inferiores a los del mercado, antes que imponer sanciones, que no harán sino subir aún más los precios.

Los ejemplos son interminables. Con la economía mundial al límite y las tensiones aumentando a todos los niveles, el coste de seguir ciegamente a Estados Unidos por el callejón de otro conflicto desestabilizador es simplemente demasiado para las clases dirigentes de la mayoría de los países.

Europa

Sobre el papel, de hecho, Europa Occidental parece ser la única región que sigue fielmente los dictados del imperialismo estadounidense. Pero incluso aquí, la imagen rosada de una «alianza occidental» armoniosa y unida está manchada por antagonismos en ciernes.

La guerra de Ucrania golpeó duramente a la economía de la UE, al privarla del gas ruso barato. Esto ha socavado la competitividad de la UE, en particular del capitalismo alemán y francés, en el mercado mundial. Por eso, los principales países de la UE han estado dando rodeos cada vez que las conversaciones se han centrado en el envío de armas a Ucrania o en la imposición de nuevas sanciones a Rusia.

Mientras tanto, los estadounidenses han aprobado la Ley de Reducción de la Inflación: un paquete de 400.000 millones de dólares destinado principalmente a respaldar a las empresas radicadas en Estados Unidos y socavar a los capitalistas europeos. Washington también está tratando de arrastrar a Europa más profundamente en su conflicto con China, que resulta ser el principal socio comercial de Europa.

A pesar de todas las críticas a Donald Trump, la administración Biden está continuando de hecho la política de Trump de «América primero», para gran consternación de los aliados tradicionales de Estados Unidos.

En un intento de mostrar cierta independencia, el canciller alemán Olaf Scholtz visitó China en noviembre. También forzó la adquisición parcial de una terminal de contenedores en Hamburgo por parte de la empresa china Cosco, aunque esto le valió duros ataques por parte del belicista ministro de Asuntos Exteriores de los Verdes, Baerbock, mientras que las cúpulas de muchas empresas del DAX se alinearon detrás del canciller.

El viaje de Scholtz fue seguido esta primavera por la visita de alto nivel del presidente francés Emmanuel Macron a Pekín. Esto aumentó claramente la fricción entre Estados Unidos y sus principales aliados europeos.

En una puñalada apenas velada a Estados Unidos, Macron dijo que sería «una trampa para Europa» verse envuelta en crisis que no son de Europa, y que tal cosa convertiría esencialmente a los países europeos en «vasallos». Las declaraciones de Macron se referían específicamente al conflicto entre Estados Unidos y China, pero es evidente que también tenía un ojo puesto en Ucrania.

Acompañaron a Macron en su viaje una serie de líderes empresariales, subrayando la importancia económica del comercio francés con China, con quien esperaba llegar a acuerdos.

Lo más molesto para los estrategas del imperialismo estadounidense fue el acuerdo alcanzado por Airbus, de propiedad francesa y europea, que anunció la venta de 200 aviones de pasajeros a China, un acuerdo de helicópteros, así como la apertura de una nueva planta de Airbus en Tianjin. Dado que China es el mercado de aeronaves comerciales de más rápido crecimiento del mundo, este acuerdo supone un golpe directo contra los intereses de la empresa estadounidense Boeing. También dará lugar al tipo de intercambio tecnológico al que el imperialismo estadounidense se opone rotundamente.

La clase dirigente francesa siempre ha tenido sus propias ambiciones en la escena mundial y aspira a desempeñar un papel más independiente. Por ejemplo, sus armas nucleares escapan al control de la OTAN. Además, el imperialismo francés tiene sus propios intereses, sobre todo en África. A pesar de su escaso peso en las relaciones internacionales, Francia intenta equilibrarse entre Estados Unidos y China con el fin de obtener un cierto grado de autonomía para sí misma. Mientras tanto, por supuesto, el régimen chino está interesado en explotar las contradicciones entre la UE y EEUU para su propio beneficio.

Aunque el viaje de Macron pretendía en parte desviar la atención del masivo movimiento de protesta contra las reformas de las pensiones en Francia, sus declaraciones son claramente representativas del pensamiento de un ala de la burguesía europea occidental, que puede perder mucho y ganar poco siguiendo ciegamente a Washington en sus conflictos en la arena mundial.

La UE se forjó como un medio para unificar a las naciones que no podían desempeñar un papel independiente en la escena mundial. Hoy está paralizada por las contradicciones entre sus naciones miembros, contradicciones que son constantemente explotadas por las mayores potencias imperialistas.

Fragmentación

Durante un largo periodo de tiempo tras la Segunda Guerra Mundial, las relaciones mundiales fueron relativamente estables, ya que se enfrentaban dos grandes superpotencias de fuerza similar (y con armas nucleares). Ese equilibrio relativo quedó destruido por el colapso del estalinismo en 1989-91.

Tras la caída de la Unión Soviética, Estados Unidos quedó como única superpotencia del planeta. Sin embargo, como Ícaro en la mitología griega, que voló demasiado cerca del sol, imaginó que su poder no tenía límites. Intervino en un país tras otro para castigar cualquier desobediencia y apenas encontró resistencia. En la guerra imperialista del Golfo de 1991, por ejemplo, China y Rusia se limitaron a abstenerse en el Consejo de Seguridad de la ONU que autorizó el uso de la fuerza contra Irak. Incluso se habló de invitar a Rusia a entrar en la OTAN. Rusia fue humillada por la OTAN en el incidente del aeropuerto de Pristina, en Kosovo, en 1999.

Pero con el cambio de siglo y las invasiones de Irak y Afganistán, las cosas empezaron a cambiar. Las derrotas en esas guerras mostraron los límites del país más poderoso del mundo. Y lo que es más importante, provocaron una oposición generalizada entre la clase trabajadora estadounidense a cualquier otra aventura militar.

En consecuencia, a Estados Unidos no le ha sido posible desplegar tropas y entrar en guerras abiertas a gran escala. De hecho, en 2014, Barack Obama ni siquiera consiguió que el Congreso aprobara una campaña limitada de bombardeos contra el régimen de Assad en Siria.

Esta debilidad ha mermado considerablemente la capacidad de Estados Unidos para proyectar su poder. En Siria, por ejemplo, vimos cómo Rusia e Irán consiguieron derrotar a la coalición liderada por Estados Unidos. Del mismo modo, en Libia, las potencias occidentales se vieron completamente marginadas por las milicias alineadas con Rusia y las que se inclinaban hacia Turquía.

Junto con la derrota efectiva en Irak y la humillante retirada de Afganistán, estos han sido grandes golpes a la autoridad de EEUU.

En el plano económico y diplomático se ha producido un proceso paralelo.

Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos representaba el 40% del PIB mundial. Sobre esa base, y con el «libre comercio» como lema principal, Washington derribó las barreras comerciales y abrió el mercado mundial, bajo la gobernanza de instituciones con sede en Estados Unidos, como el FMI y el Banco Mundial. El dólar se estableció como moneda estable del comercio mundial, que se expandió enormemente.

Pero hoy, la cuota relativa de EE.UU. en el PIB mundial ha descendido al 24%, mientras que China ha pasado de una cantidad insignificante al 18%. China no está ni mucho menos cerca de superar a EE.UU. en el plano económico. Pero su ascenso ha supuesto una reducción del peso relativo de este último dentro de la economía mundial.

Al mismo tiempo, la crisis económica mundial ha aumentado las tensiones entre las naciones. De ahí que, para defender su posición, el capitalismo estadounidense haya pasado a ser del más ruidoso defensor del libre comercio a ser la mayor fuerza del proteccionismo.

La guerra comercial contra China, iniciada por la administración Trump, continúa sin tregua durante la presidencia de Biden. Mientras tanto, el dólar –y los sistemas financieros basados en el dólar, como SWIFT– se están convirtiendo en armas para golpear a quienes se atreven a cruzarse con Estados Unidos.

Esto ha hecho tambalear la confianza en el orden mundial del periodo postsoviético. Si los activos rusos pueden ser congelados de la noche a la mañana, ¿quién podría ser el siguiente?

Trotski señaló una vez que el imperialismo británico, en su apogeo, solía pensar en términos de siglos y continentes. También el imperialismo estadounidense, en su período ascendente, al menos intentaba mirar hacia adelante antes de actuar.

Hoy, sin embargo, la burguesía estadounidense se caracteriza por una miopía y una estupidez extremas. Esto en sí mismo es un reflejo de la crisis orgánica del capitalismo y de la dominación del capital financiero y del mercado de valores, que no ve más allá de la próxima burbuja especulativa o, en el mejor de los casos, del próximo informe trimestral.

En un periodo de crisis generalizada del capitalismo, mantener el statu quo es la forma más beneficiosa de avanzar. Pero se ha vuelto insostenible mantener el statu quo.

Así, como un elefante borracho, el imperialismo estadounidense se tambalea en la arena internacional, sin un plan claro. Al hacerlo, está socavando el orden mundial, que se basaba en su propia dominación absoluta tras la caída de la Unión Soviética. La guerra de Ucrania y las sanciones a Rusia han acelerado este proceso.

No nos equivoquemos, en estos momentos no hay ninguna fuerza que pueda desafiar el poder global de EEUU en el plano militar o económico. La productividad del trabajo en Estados Unidos sigue estando muy por delante de la de China (aunque la diferencia se está reduciendo). El gasto militar estadounidense es también mayor que el de las diez naciones siguientes juntas, y representa el 39% del gasto militar total en todo el mundo. Pero están apareciendo grietas en el orden mundial dominado por Estados Unidos, grietas por las que se están filtrando potencias más pequeñas como China y, en cierta medida, también Rusia, que se suman a la inestabilidad existente.

China y los BRICS

Los chinos han explotado eficazmente la sensación de creciente inseguridad en las relaciones mundiales. En su viaje a Moscú, Xi Jinping eludió las bravatas estadounidenses sobre las «líneas rojas» en la ayuda militar a Rusia. En su lugar, vino armado con un plan de paz.

Sus posibilidades de éxito son casi nulas, pero ese no era el objetivo. La intención era enviar un mensaje al resto de naciones del mundo: «¿Qué os ha aportado vuestro abrazo a Estados Unidos, salvo inestabilidad y guerra? Abrazaos a nosotros y obtendréis paz, estabilidad y comercio».

El mensaje aprovecha hábilmente un sentimiento de profunda consternación –que afecta por igual a enemigos y aliados tradicionales de Estados Unidos– en todo el mundo.

En marzo, China medió en un acuerdo entre Arabia Saudí e Irán, que durante años se han disputado la influencia en Oriente Medio. Esto supuso un duro golpe para la posición de Estados Unidos, que fue la principal potencia en Oriente Medio durante décadas y el principal patrocinador del régimen saudí.

Arabia Saudí también ha obtenido el estatus de socio dialogante en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), organismo político y económico encabezado por China y secundado por Rusia. Comentando este paso, un analista saudí, Ali Shihabi, dijo que:

«La tradicional relación monógama con Estados Unidos ha terminado. Y hemos pasado a una relación más abierta; fuerte con Estados Unidos pero igualmente fuerte con China, India, (el) Reino Unido, Francia y otros».

Muchas potencias menores están aprovechando la división de las grandes potencias para abrirse paso entre ellas. En palabras del presidente brasileño, Lula da Silva, en su visita a Pekín, les gustaría trabajar con Estados Unidos y China para «equilibrar la geopolítica mundial».

«Equilibrar» es una buena forma de decirlo. La clase dirigente brasileña no puede permitirse dar la espalda por completo a Estados Unidos. Pero tampoco se doblegará ante todas las exigencias del gobierno estadounidense, como vemos en la negativa de Brasil a enviar armas a Ucrania. Del mismo modo, durante su estancia en China, Lula se atrevió a visitar la planta de Huawei, que produce equipos 5G prohibidos por Estados Unidos. El gran sector agroindustrial brasileño también depende de los fertilizantes rusos.

Países como Brasil, Sudáfrica e India son desde hace tiempo lo suficientemente grandes y poderosos como para marcar una línea semiindependiente en algunas cuestiones, sin dar completamente la espalda al imperialismo occidental.

De hecho, la llamada agrupación BRICS ha formado durante mucho tiempo un bloque semiformal, como contrapeso autodeclarado al G7 occidental, con Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica como miembros fundadores.

Pero, según el ministro sudafricano de Asuntos Exteriores, no menos de 12 países tienen solicitudes pendientes para unirse a la asociación. Muchos de los que llaman a la puerta para unirse incluyen naciones que han sido perritos falderos del imperialismo estadounidense durante décadas, como Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos y Egipto.

No cabe duda de que el ascenso de China está reduciendo el control de Estados Unidos en distintas partes del mundo. Pero sería erróneo imaginar que China está en camino de reemplazar o incluso igualar su poder a escala mundial.

Sólo en el plano militar, existe una enorme disparidad entre ambos. La economía estadounidense, además, es mucho mayor y más avanzada. Y ejerce un control decisivo sobre las palancas clave de la economía mundial.

Por otra parte, está claro que a la propia China le espera una crisis económica sin precedentes y, en relación con ella, un periodo de profundas convulsiones sociales que frenarán la trayectoria que el país ha seguido en el último periodo.

La lucha contra el imperialismo y las tareas de los comunistas

En 1928, cuando el imperialismo norteamericano se encontraba aún en su período de expansión, León Trotski escribió lo siguiente:

«…es precisamente la fuerza internacional de los Estados Unidos y su irresistible expansión derivada de ella, lo que le obliga a incluir en los cimientos de su estructura los polvorines del mundo entero, es decir, todos los antagonismos entre Oriente y Occidente, la lucha de clases en la Vieja Europa, los levantamientos de las masas coloniales y todas las guerras y revoluciones.
«Por un lado, esto transforma al capitalismo norteamericano en la fuerza contrarrevolucionaria básica de la época moderna, cada vez más interesada en el mantenimiento del ‘orden’ en todos los rincones del globo terrestre; y por otro lado, esto prepara el terreno para una gigantesca explosión revolucionaria en esta potencia imperialista mundial ya dominante y aún en expansión.»

Estas palabras son aún más ciertas hoy que cuando fueron escritas. El imperialismo estadounidense es la fuerza más reaccionaria del planeta. Sus tentáculos económicos, militares, diplomáticos y culturales se extienden profundamente por casi todos los países. Y representa una amenaza para la clase obrera allí donde las masas comienzan a avanzar hacia la revolución de manera decisiva.

Al mismo tiempo, el ascenso del capitalismo estadounidense ha creado la clase obrera más poderosa del mundo, capaz de determinar el curso de la historia. La lucha contra el imperialismo es parte integrante de la lucha de la clase obrera por el socialismo.

En Estados Unidos, las nociones de la llamada Pax Americana y del «Siglo Americano» han sido poderosas herramientas de propaganda de la clase dominante estadounidense en sus intentos de cortar por lo sano la lucha de clases. Pero hoy en día, la cínica mentira de los «chicos buenos» estadounidenses que extienden la «democracia» por todo el mundo está empañada y desacreditada, como el llamado Sueño Americano.

Con cada revés y derrota del imperialismo estadounidense, la posición de la clase dominante se debilita aún más en su propio país, en beneficio de la clase obrera.

La tarea de los comunistas, en cada etapa, es desarrollar una posición independiente para la clase obrera. Debemos desenmascarar toda la hipócrita y cínica palabrería de la clase dirigente sobre la defensa de la «democracia» y sobre «enfrentarse a hombres fuertes» como Putin, ya que no es más que una cortina de humo destinada a encubrir los estrechos intereses depredadores de los capitalistas.

Basta con mencionar los millones de vidas perdidas en las guerras de Oriente Medio de las últimas décadas; la sangrienta desintegración de Yugoslavia; el saqueo de Rusia y Europa del Este en la década de 1990; el dominio que Occidente mantiene sobre África; el desencadenamiento del fundamentalismo islámico; los cambios de régimen, los golpes de Estado y las contrarrevoluciones a costa de millones de vidas, la política secular de apoyo a los golpes militares, el respaldo a dictadores sangrientos y el derrocamiento de gobiernos progresistas en América Latina. La lista es interminable.

Este historial asesino de las potencias occidentales en el siglo pasado ha sembrado un odio profundamente arraigado contra el imperialismo entre las naciones coloniales, semicoloniales y excoloniales oprimidas.

La tarea de derrocar al régimen reaccionario de Putin, es de los trabajadores rusos. La tarea de la clase obrera estadounidense es luchar contra su propia clase dominante, que ha sido el mayor enemigo de todos los movimientos revolucionarios genuinos en todo el mundo durante décadas. Sin esto, no se puede hablar de una verdadera unidad internacional de la clase obrera.

Mundo multipolar

Sin embargo, hay quienes sostienen que, puesto que nos oponemos al imperialismo occidental, deberíamos apoyar a sus competidores.

La llamada teoría del mundo multipolar, que tiene muchas formas y tamaños, sugiere que deberíamos luchar por un mundo dominado por múltiples potencias imperialistas que se equilibren entre sí, en contraposición al actual, dominado por una única superpotencia.

En el prefacio de su libro de 2006: «¿Más allá de la hegemonía estadounidense? Evaluando las perspectivas de un mundo multipolar”, Samir Amín escribió:

«[Yo] quiero ver la construcción de un mundo multipolar, y eso significa obviamente la derrota del proyecto hegemonista de Washington por el control militar del planeta. A mis ojos, se trata de un proyecto arrogante, criminal por su propia naturaleza, que está arrastrando al mundo a guerras sin fin y ahogando toda esperanza de avance social y democrático, no sólo en los países del Sur sino también, en un grado aparentemente menor, en los del Norte».

Hoy en día, esta idea está ganando fuerza entre algunos sectores de la izquierda internacional, que creen que deberíamos apoyar el ascenso de China y la reentrada de Rusia como potencia en la escena mundial.

En un mundo multipolar, el imperialismo chino y ruso, y tal vez el de otros países como India y Brasil, mantendrían a raya al imperio estadounidense, lo que conduciría a un mundo más pacífico y justo. Aunque nunca se explica por qué estas potencias estarían más interesadas en la paz y la «justicia» que Estados Unidos.

Aquí tenemos la esencia concentrada de la vieja teoría del frente popular (¡aunque a escala internacional!), largamente defendida por los estalinistas en su apogeo.

En lugar de aclarar las contradicciones de clase entre los trabajadores y los capitalistas, esta posición difumina las líneas de clase e intenta empujar a la clase obrera detrás de un bloque imperialista –aunque más débil– contra otro.

En lugar de hacer avanzar la lucha contra el capitalismo, esto siembra ilusiones en la posibilidad de una solución dentro de los límites del sistema actual.

Rusia y China pueden ser potencias menores que Estados Unidos. Pero esto no hace que Putin y Xi sean ni un ápice más progresistas. Son regímenes capitalistas basados en la explotación de la clase obrera. Son los enemigos de los trabajadores y los pobres.

Y si bien no es tarea del proletariado occidental derrocarlos, sin duda sí lo es de los trabajadores rusos y chinos. Para ellos, no hay salida dentro de los estrechos límites del capitalismo.

Sin embargo, para cortar la lucha de clases y unir a la nación detrás de sus regímenes, tanto Xi como Putin se basan demagógicamente en la amenaza del imperialismo estadounidense y en los sentimientos antiimperialistas de los trabajadores rusos y chinos. En otras palabras, la amenaza del imperialismo estadounidense se utiliza para someter a los trabajadores rusos y chinos.

En lugar de sembrar ilusiones en estos regímenes, el deber de los comunistas es desenmascarar esta demagogia y mostrar cómo los intereses de estos regímenes se oponen directamente a los de los trabajadores y los pobres.

Por suerte para nuestros amigos «multipolares» de la izquierda, su noción fue respaldada por Vladimir Putin y Xi Jinping en su reciente reunión en Moscú. Allí esbozaron su intención de «promover un orden mundial multipolar, la globalización económica y la democratización de las relaciones internacionales», y de «promover el desarrollo de la gobernanza mundial de una manera más justa y racional».

Su conflicto con el imperialismo occidental tiene una naturaleza de clase totalmente diferente a la del antiimperialismo de las masas.

Cuando Xi y Putin hablan de «globalización económica y democratización de las relaciones internacionales» y de un «desarrollo de la gobernanza mundial» más justo, lo que quieren decir no es el fin del imperialismo y de la opresión nacional, sino una nueva configuración de las relaciones mundiales, en la que sus respectivas clases dominantes reciban un trozo mayor del pastel, que creen que está siendo engullido por Occidente.

Lo que China busca son campos de inversión, fuentes de materias primas y energía y el control de las rutas comerciales, todo ello en interés de los capitalistas chinos. No se trata de una verdadera lucha contra el imperialismo. Es simplemente una oferta para sustituir un imperialismo por otro.

Para que las masas de Rusia y China luchen realmente contra el imperialismo, primero deben tomar el poder en sus propias manos y vincular su lucha a la de los trabajadores de Occidente. Sólo en estas condiciones puede comenzar una auténtica lucha internacional antiimperialista.

Trabajadores del mundo, ¡uníos!

El siglo XXI se anunció como el Nuevo Siglo Americano. Cuando Estados Unidos gritó «¡Salta!», el mundo respondió a coro: «¿Hasta dónde?» Pero ese coro ya no goza de la unanimidad de antaño.

A medida que aparecen nuevas potencias en escena y se revelan los límites del poder estadounidense, las potencias regionales intentan ampliar su influencia y marcar un rumbo más independiente. Los estadounidenses se están dando cuenta de que sus antes leales aliados piensan ahora que pueden obtener lo mejor de ambos mundos equilibrándose entre EEUU, por un lado, y China y Rusia, por otro.

En este nuevo equilibrio de fuerzas, con la autoridad de Estados Unidos socavada, pero sin ningún competidor viable como potencia económica y militar dominante del mundo, veremos nuevas colisiones.

En lugar de una era de paz, este nuevo mundo «multipolar» será testigo de una competencia cada vez más feroz entre potencias imperialistas menores, que tratarán de sacar músculo.

En estos choques, las naciones más pequeñas serán aplastadas política y económicamente; o como vimos en los casos de Libia, Siria y Ucrania, militarmente.

Este será un período de extrema turbulencia, con «pequeñas» guerras y conflictos a través de terceros países, todo lo cual alimentará y se combinará con la crisis general del sistema capitalista.

Esto plantea urgentemente la tarea de una lucha internacional para acabar de una vez por todas con este sistema moribundo: inaugurar un orden socialista mundial, sin las asfixiantes limitaciones del afán de lucro y del Estado-nación.

La Corriente Marxista Internacional es una organización comunista revolucionaria presente en más de 40 países de todo el mundo. Únete a nosotros y a la lucha por la revolución socialista en tu país y en todo el mundo.

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