La revolución en Egipto. El poder está en la calle

Incluso antes de que el toque de queda entrara en vigor, un mayor número de manifestantes estaba juntándose en las calles.

«La calle no está siendo organizada por los partidos, no está siendo organizada por el Estado. No está controlada por nadie». (Al Jazeera)

Siguiendo los acontecimientos de hora en hora, me vino a la memoria el siguiente incidente de la Revolución Francesa. El 14 de julio de 1789, poco después de la caída de la Bastilla, el rey francés Luís XVI preguntó al duque de Rochefoucauld-Liancourt: «¿Es esto una revuelta?». A lo que el Duque contestó en una respuesta inmortal: «Non Sire, c’est une révolution!» («No, señor, ¡es una revolución!»).

En Egipto, estamos asistiendo a una revolución en plena marcha. Después de cinco días de luchas colosales, este hecho ha penetrado hasta en los cráneos más obtusos. La revuelta popular se extiende de hora en hora. Es como un caudaloso río que se desborda y arrasa todas las barreras que se levantaron para contenerlo.

Durante la noche, toda la policía ha desaparecido de las calles de El Cairo. Tanques y vehículos blindados están en las calles de la ciudad, donde los incendios resultantes de la violencia del día anterior siguen humeantes. Los servicios de telefonía móvil se han restaurado en la ciudad, pero Internet sigue sin funcionar.

Mientras tanto, el número de muertos, según los informes, ha subido a 53 desde la protesta del 28 de enero. En Suez, donde al menos veinte personas han muerto, los cuerpos de los mártires fueron llevados por las calles mientras la gente gritaba consignas revolucionarias. En El Cairo los presos políticos han tomado control de una cárcel. En Giza, la gente ha quemado la comisaría de policía y está atacando a la policía. El espectáculo de vehículos policiales ardiendo se ha vuelto algo común en las calles egipcias. En un caso concreto, un grupo de manifestantes trató de empujar un vehículo blindado al río Nilo.

Después de la retirada de la policía ha habido muchos informes de saqueos. La gente sospecha que esto ha sido deliberadamente organizado por el régimen con el fin de crear la impresión de anarquía y caos. Está claro que las cárceles han sido abiertas para dejar salir a los elementos delincuentes que han sido armados para tal fin. La televisión egipcia ha mostrado escenas de destrucción de objetos preciosos en el histórico museo de El Cairo.

Es un secreto a voces que se trata de una maniobra para destruir la revolución. El gran número de policías armados que ayer estaba disparando contra los manifestantes desarmados, ahora no se ve por ninguna parte cuando elementos lúmpenes armados están arrasándolo todo. Varios de los saqueadores que fueron capturados por los manifestantes resultaron ser policías encubiertos.

En respuesta, se han creado comités de vecinos en Suez y Alejandría para mantener el orden y evitar los saqueos. En algunos lugares, los comités están incluso dirigiendo el tráfico. Hay una necesidad urgente de generalizar los comités y armar al pueblo. Debemos recordar el eslogan de la Revolución Francesa: «¡Mort aux voleurs!» («¡Muerte a los ladrones!»).

El discurso de Mubarak

«El poder tiende a corromper», y el refrán continúa: «El poder absoluto corrompe absolutamente». El Presidente sufre de los mismos delirios de grandeza que afectaron las capacidades mentales de todos los emperadores romanos y el Zar de Rusia en el pasado. El discurso de anoche del Presidente Mubarak, lejos de calmar la situación, ha echado leña al fuego.

El mensaje del pueblo es fuerte y claro. Pero el Presidente no lo oye. Está ciego y sordo y ha perdido el uso de la razón. Un hombre que se ha acostumbrado a estar rodeado de una camarilla de cortesanos serviles, pendientes de cada palabra, pierde todo contacto con la realidad. Comienza a creer en su propia omnipotencia. La frontera entre la realidad y la fantasía se vuelve borrosa. Tal estado de ánimo es similar a la locura.

Viendo hablar a Mubarak, uno tenía la impresión de un hombre que ha perdido todo contacto con la realidad y se cree sus propias fantasías. Promete que todo será mejor de ahora en adelante, a condición de que el pueblo confíe en él. Despedirá a su Gobierno y él amablemente nombrará a otro. Hará los cambios necesarios, pero no va a tolerar el caos y el desorden. Cualquier persona que desobedezca no podrá esperar ninguna piedad.

Esta es la voz del Padre del Pueblo, el faraón duro pero benévolo, que decide todas las cuestiones para el beneficio de sus hijos. Pero el pueblo de Egipto no está compuesto por niños pequeños, ni tiene necesidad de un faraón que ha de enviar su ejército a las calles para mantenerlo obediente.

El Gobierno ha renunciado debidamente y un «nuevo» Gobierno ha sido nombrado (por Mubarak). El primer ministro será Rachid Mohamed Rachid, un millonario y ex ministro de inversión, comercio e industria. Rachid es identificado con las llamadas reformas «neoliberales» que han contribuido a la penuria de las masas: precios altos, desempleo y pobreza.

Este nombramiento es suficiente para revelar la fisonomía exacta del «nuevo» Gobierno. Es una provocación al pueblo en las calles. Desde entonces, Omar Suleiman, jefe de los servicios de inteligencia del Estado, de 74 años de edad, ha sido nombrado vicepresidente. Ya que Suleiman es uno de los principales títeres de Mubarak, se trata de una provocación todavía más descarada a las masas. Esto demuestra hasta qué punto Mubarak está fuera de contacto con la realidad.

Si el discurso del Presidente tenía la intención de calmar las cosas, tuvo el efecto contrario. Anoche, la televisión de la BBC habló por teléfono con un hombre que había estado todo el día en la calle: «Yo tenía la intención de ir a la cama durante unas horas y luego continuar manifestándome mañana, pero después de oír el discurso de Mubarak, inmediatamente telefoneé a todos mis parientes para que salieran y se manifestaran, y volví a las calles».

 

La «amenaza islamista»

Los medios de comunicación occidentales repiten constantemente la idea de que los Hermanos Musulmanes están detrás de las protestas, y que son la única alternativa a Mubarak. Esto es falso. El hecho es que, al igual que todos los demás partidos políticos, los Hermanos Musulmanes han sido completamente pillados por sorpresa por este movimiento. Al principio, ni siquiera lo apoyaron, y su papel en la organización de las protestas ha sido mínimo.

Los Hermanos Musulmanes recientemente cambiaron sutilmente su mensaje antes de las últimas protestas. El vicelíder, Mahmud Izzat, habló alentadoramente de las protestas: «La gente está exigiendo libertad y la disolución de este Parlamento inoperante. Desde el principio, esto es lo que los jóvenes han estado gritando y estamos con ellos», dijo el Sr. Izzat al canal de noticias Al- Jazeera, y pasó a continuación a criticar «la fuerza excesiva» de los servicios de seguridad.

Sin embargo, los Hermanos Musulmanes no han organizado las protestas y en las manifestaciones se ven muy pocos fundamentalistas barbudos. La mayoría de los activistas son jóvenes, muchos de ellos estudiantes, pero también hay muchos jóvenes desempleados de los barrios pobres de El Cairo y Alejandría. Ellos no están luchando por la introducción de la sharia, sino por la libertad y puestos de trabajo.

El hecho es que estos reaccionarios no querían este movimiento revolucionario y tienen un miedo mortal del mismo. Las gentes que salían de las mezquitas para manifestarse en las calles de Suez después de las oraciones del viernes, lo hicieron a pesar del hecho de que el imán les dijo que no lo hicieran. El papel reaccionario de los fundamentalistas se demuestra por el influyente islamista al-Qaradawi, el cual, según Al Jazeera, «insta a la gente a no atacar a las instituciones del Estado».
Los propios Hermanos Musulmanes están escindidos y en declive. Hossam el-Hamalawy le dijo a Al Jazeera:

«Los Hermanos han sufrido divisiones desde el estallido de la Intifada de Al-Aqsa. Su participación en el Movimiento de Solidaridad con Palestina, cuando llegó la hora de enfrentarse al régimen, fue ínfima. Básicamente, cada vez que su dirección llega a un compromiso con el régimen, especialmente la dirección más reciente, ha desmoralizado a sus cuadros de base. Conozco personalmente a muchos hermanos jóvenes que abandonaron el grupo. Algunos de ellos se han unido a otros grupos o se han mantenido independientes. A medida que el movimiento actual de la calle crece y la dirección más inferior se involucra, habrá más divisiones porque la dirección más superior no puede justificar por qué no son parte de la nueva insurrección».

 

Repercusiones internacionales


Si el Gobierno y todos los partidos políticos han sido cogidos por sorpresa, este es aún más el caso con los Gobiernos occidentales. Después de haber negado cualquier posibilidad de un levantamiento en Egipto hace sólo una semana, los líderes del mundo occidental en Washington ahora están con la boca abierta.

Obama y Hillary Clinton parecen estar teniendo dificultades para mantenerse al día con la situación. Sus declaraciones públicas demuestran que todavía no han comprendido la realidad sobre el terreno. Expresan solidaridad con los manifestantes, pero aún están a favor de mantener un diálogo amistoso con un Gobierno que está disparándoles y gaseándoles. Este deseo de montar ambos caballos al mismo tiempo puede ser comprensible, pero es un poco difícil de hacer cuando los dos caballos están corriendo en direcciones opuestas.

El presidente Obama, como todo el mundo sabe, se especializa en orientarse a todas las direcciones a la vez. Pero su especialidad principal es la de no decir nada, aunque diciéndolo muy bien. Aconseja a Egipto que introduzca la democracia y ofrezca a sus ciudadanos trabajo y un nivel de vida decente. Pero ni él ni ninguno de sus predecesores tuvieron ningún problema en colaborar con Hosni Mubarak, a pesar de que sabían que era un tirano y un dictador. Sólo ahora, cuando las masas están a punto de derrocarle, de repente empiezan a cantar las alabanzas de la democracia.

La petición de Obama de más puestos de trabajo y mejores condiciones de vida en Egipto suena particularmente hueca. Fue Estados Unidos quien estuvo detrás de la «reformas» económicas de 1991. Eso llevó a Egipto al tipo de «liberalismo» que dio lugar a la enorme desigualdad, la riqueza obscena para unos pocos, y la pobreza y el desempleo para la gran mayoría. Más que cualquier otra cosa, eso es lo que ha creado la actual situación explosiva en Egipto. En este contexto, el consejo de Obama es el peor tipo de cinismo.

La preocupación de Washington no está motivada por consideraciones humanitarias o democráticas. Está motivada por interés propio. Egipto es el país árabe más importante en el Oriente Medio. En comparación, Túnez es un país pequeño y relativamente marginal. Pero, históricamente, lo que quiera que pase en Egipto tiende a comunicarse a toda la región. Es por eso que todas las camarillas gobernantes árabes están preocupadas y es por eso que Washington está preocupado.

Tienen razón de preocuparse. Pero los círculos gobernantes israelíes están aún más preocupados. Mubarak era un instrumento útil de la política exterior israelí. Como un «moderado» (es decir, un títere de Occidente) él ayudó a mantener la ilusión de un «proceso de paz» fraudulento que mantuvo a las masas palestinas bajo control, mientras que los israelíes consolidaron sus posiciones. Él también apoyó al igualmente «moderado» Abbas y a los otros dirigentes de la OLP, que han traicionado las aspiraciones del pueblo palestino. Apoyó la llamada guerra contra el terror.

Fue, pues, muy útil tanto para los estadounidenses como para los israelíes. Sus servicios fueron bien recompensados. EE.UU. subvencionó su régimen con una suma de alrededor de 5.000 millones de dólares al año. Egipto es el cuarto mayor receptor de ayuda estadounidense, después de Afganistán, Pakistán e Israel. La mayoría de este dinero fue destinado al gasto armamentístico, un hecho que habrá sido dolorosamente recordado a los manifestantes cuando leyeran las etiquetas de los botes de gases lacrimógenos con las palabras «made in USA» escritas en ellos. Estos mensajes de Washington hablan a los manifestantes con una elocuencia mucho mayor que los discursos de Obama.

La remoción de Mubarak, por lo tanto, eliminará a uno de los elementos más importantes en materia de política exterior de EE.UU. en el Oriente Medio. Minará aún más a los regímenes árabes “moderados” (pro-americanos). Ya las protestas masivas crecen en Jordania y Yemen. Otros seguirán. La propia Arabia Saudí no está a salvo.
Los imperialistas miran horrorizados. De la noche a la mañana todos sus esquemas están deshaciéndose. Malcolm Rifkind, ex ministro de Asuntos Exteriores conservador británico, cuando se le preguntó por su punto de vista sobre la situación en la televisión de la BBC, dijo: «Bueno, esto se ha estado preparado durante mucho tiempo. Cualquiera que sea el Gobierno que llegue al poder en Egipto no va a ser pro-occidental. Pero no hay mucho que podamos hacer al respecto».

 

El ejército

El ejército es lo único que separa a Mubarak del abismo. ¿Cómo va a reaccionar el ejército? El ejército ahora ha sustituido a la policía en las calles. La relación entre los soldados y los manifestantes es insegura y contradictoria. En algunos casos hay confraternización. En otros casos, ha habido enfrentamientos con los manifestantes.
Con el fin de poner fin a la rebelión, sería necesario matar a miles de manifestantes. Pero es imposible matarlos a todos. Y no hay garantía de que las tropas estuvieran dispuestas a obedecer la orden de disparar contra manifestantes desarmados. Los oficiales del ejército saben que un incidente sangriento bastaría para romper en pedazos el ejército. Parece muy poco probable que estén dispuestos a asumir el riesgo. Hoy, el sitio web de la BBC especulaba sobre el papel del ejército:

«En términos generales, los egipcios respectan a su ejército, que todavía es visto como un baluarte patriótico en contra de su vecino Israel, con quien fue a la guerra en 1967 y 1973».

«Pero la policía antidisturbios vestida de negro, la Fuerza Central de Seguridad (Amn al-Markazi), pertenece al Ministerio del Interior, y ha estado en la vanguardia de la mayor parte de los violentos enfrentamientos con los manifestantes».

«Mal pagados y en su mayoría analfabetos, suman alrededor de 330.000 cuando se combina con la Fuerza de Fronteras. Ellos mismos se amotinaron a causa de los bajos salarios en los primeros años de gobierno del Presidente Mubarak y tuvieron que ser puestos bajo control por el ejército».

«El ejército tiene una fuerza similar –unos 340.000–  y está bajo el mando del General Mohamed Tantawi, quien tiene estrechos vínculos con los EE.UU. (y que acaba de visitar el Pentágono)».

«Cuando el señor Mubarak ordenó al ejército salir a las calles de El Cairo y otras ciudades a última hora del viernes, su objetivo era dar apoyo a la policía antidisturbios que había sido superada en grandes números por los manifestantes».

«Pero muchos están esperando que el ejército esté su lado o, al menos, actúe como una fuerza de restricción a la policía que ha estado actuando con excesiva brutalidad en toda esta protesta».

«De ahí los aplausos que recibieron a las columnas de vehículos del ejército, cuando se dirigían a El Cairo el viernes por la noche».

«Hasta ahora, el presidente Mubarak ha contado con el apoyo de las fuerzas armadas.
«Él fue, después de todo, un oficial de carrera de la fuerza aérea catapultado repentinamente a la presidencia cuando Anwar Sadat fue asesinado en 1981».
«Pero si las protestas continúan y se intensifican habrán voces entre los altos mando militares tentados a instarlo a renunciar».

Los días del régimen de Mubarak están contados, y esto debe estar claro para los jefes del ejército que deben pensar en su propio futuro. Incluso si las fuerzas de seguridad logran sofocar las protestas de hoy, ¿cómo van a sofocar las que sucedan la próxima semana o el mes que viene o el próximo año? El poder está, en la práctica, en la calle, esperando a que alguien lo recoja. Pero, ¿quién lo hará? Si un partido como el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky estuviera presente, la conquista del poder por la clase obrera estaría en el orden del día. El problema es que tal partido no existe todavía.

A falta de un partido y una dirección revolucionarios, la situación actual puede terminar en un punto muerto. En tales situaciones, el Estado mismo, en la forma del ejército, tiende a elevarse por encima de la sociedad y convertirse en el árbitro entre las clases. En Egipto y otros países de Oriente Medio hay una larga historia de tales cosas, empezando por Abdel Nasser. Es posible que una parte de los líderes del ejército decida deshacerse de Mubarak.

El movimiento de masas es lo suficientemente fuerte como para derrocar al antiguo régimen. Pero aún le falta el nivel necesario de organización y liderazgo para constituirse como un nuevo poder. En consecuencia, la revolución será un asunto que se prolongará, que pasará por una serie de etapas antes de que los trabajadores estén en condiciones de tomar el poder en sus manos. Habrá una serie de Gobiernos de transición, cada uno más inestable que el anterior. Pero sobre una base capitalista no pueden resolverse ninguno de los problemas fundamentales.

Sin embargo, la caída de Mubarak abrirá las compuertas. La clase obrera ha despertado a la lucha. Durante los últimos cuatro años ha habido una ola de huelgas en Egipto. Los trabajadores podrán aprovecharse de la democracia para presionar por sus reivindicaciones de clase. La lucha por la democracia abrirá el camino para la lucha por el socialismo.

Londres, 29 de enero 2011

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