La revolución egipcia

 

Se hizo un llamado para realizar protestas masivas tras las oraciones del viernes. El régimen advirtió que cualquier protesta se enfrentaría a toda la fuerza del Estado. El escenario estaba listo para una confrontación dramática.

La situación se ha vuelto explosiva a una velocidad extraordinaria. En los últimos días, cientos de miles de personas han salido a las calles para exigir libertad. Con valentía admirable desafiaron las porras, balas y gases lacrimógenos de la policía. Hoy se enfrentaban a un verdadero bautismo de fuego. Las protestas, que solían estar compuestas mayormente por estudiantes, han aumentado con la incorporación del ejército de los humildes y desheredados de los barrios pobres de El Cairo y otras ciudades. Robert Fisk escribió:

«Hay varias pistas por las que las autoridades de El Cairo se dieron cuenta de que algo estaba pasando. Varios egipcios me han dicho que el 24 de enero, algunos hombres de seguridad estaban desmontando pósteres de Gamal Mubarak de los barrios pobres, por si acaso estos provocaban a la multitud. Pero el gran número de detenciones, las palizas de la policía en la calle –a mujeres y a hombres por igual– y el casi colapso del mercado de valores egipcio tienen impresas las marcas de pánico en lugar de astucia».

¿Puede tener éxito la represión?

A primera vista, la Revolución se enfrentaba a un desafío de enormes proporciones. El régimen tiene un millón y medio de hombres en su aparato de seguridad, manteniendo su lealtad con subvenciones millonarias. El propósito de este temible aparato no es el de defender Egipto contra los agresores extranjeros. No es para luchar contra Israel. Es para mantener al pueblo egipcio subyugado. Pero, ¿Puede tener éxito?

En teoría es una fuerza formidable, contra la cual el pueblo no tiene posibilidades de éxito. Pero se podría decir lo mismo de todos los regímenes tiránicos de la historia. Luís XVI de Francia, el Zar Nicolás de Rusia y el Sha de Persia, todos poseían un aparato de represión que era cien veces más fuerte que el que Hosni Mubarak tiene a su disposición. Sin embargo, en el momento de la verdad estos poderosos monstruos se derrumbaron como un castillo de naipes.

Pero tal despliegue de fuerza bruta no reveló fuerza sino debilidad: salvo por la policía y el ejército, el Gobierno es impotente. Napoleón dijo una vez que uno puede hacer muchas cosas con bayonetas, pero no puede sentarse en ellas. En última instancia, el ejército y la policía son una base demasiado estrecha para sostener un régimen impopular. Para su sorpresa y asombro las autoridades están viendo que el aparato represivo no puede parar las protestas. Su carácter espontáneo les proporciona una cierta protección contra el Estado, aunque esto es una debilidad que tendrá efectos negativos más adelante.

El régimen movilizó hoy toda su fuerza para abortar la revolución. Los miembros de una unidad policial antiterrorista de élite recibieron la orden de tomar posiciones en lugares clave de todo El Cairo, en preparación para una ola de manifestaciones de masas. Desde las primeras horas de la mañana las fuerzas de seguridad ya estaban posicionándose en todos los puntos clave en un intento de impedir que los manifestantes se juntaran.

Pero todas estas medidas han sido en vano. Los manifestantes salieron a las calles en mayor número que antes. Había 80.000 manifestantes en Port Said, 50.000 en Beni Suef, a 100 kilómetros al sur de El Cairo, y grandes manifestaciones en Alejandría, en la ciudad de Suez y en otros lugares. Al igual que en Irán el año pasado, es imposible detener a los organizadores cuando las manifestaciones se han organizado a través de Facebook y Twitter. El ejército de delatores es impotente para luchar contra esto.

El Estado trató de bloquear Facebook. Cerró Internet e inutilizó los teléfonos móviles. Pero el pueblo demostró estar un paso adelante. Algunos blogeros pasaron información de formas de eludir los controles, y la información se difundía de boca en boca. Al mediodía (de Londres) las pantallas de televisión ya mostraban escenas de gran conflicto en las calles de la capital egipcia. Las líneas de la policía fueron incapaces de contener las manifestaciones. La cobertura de la televisión muestra masas de manifestantes que avanzan hacia las líneas de la policía y a ésta retirándose desordenadamente.

Después de perseguir a la policía, miles de manifestantes consiguieron inundar el gigantesco centro de la plaza Tahrir después de haber estado vacía la mayor parte del día por la fuerte presencia policial. Tras la confrontación se veía poca policía alrededor de la plaza. En un momento dado, incluso la violencia de los servicios de seguridad del Estado se vuelve contraproducente. En lugar de miedo, despierta ira e indignación. En la ciudad de Suez, la gente se alzó contra la policía porque ésta disparó contra los manifestantes y en respuesta quemaron una comisaría de policía. Y cuando se alcanza este punto, siempre aparecen grietas en las filas de las fuerzas del Estado. La mayoría de los soldados y policías rasos se muestran reacios a matar a conciudadanos y se niegan a cumplir las órdenes de disparar contra manifestantes desarmados. En Suez ha habido informes de incidentes de este tipo.

El papel de la juventud

Los manifestantes que salieron a las calles en todo Egipto en los últimos días son principalmente jóvenes egipcios, desempleados y sin ningún futuro. Un joven egipcio dijo a la BBC: «Somos pobres. No tenemos trabajo, no hay futuro. ¿Qué debemos hacer? ¿Tenemos que prendernos fuego a nosotros mismos?». La única esperanza de estos jóvenes es luchar por un cambio fundamental en la sociedad. Han dejado de lado todo el miedo y están dispuestos a arriesgar sus vidas en la lucha por la libertad y la justicia.

Muchos de los manifestantes son estudiantes universitarios incapaces de encontrar trabajo y, por tanto, no pueden casarse y crear una familia. Están motivados por un profundo sentimiento de injusticia y una ira y resentimiento ardientes hacia un sistema que les niega un futuro y un régimen corrupto que se ha enriquecido a expensas del pueblo.

El corresponsal de The Guardian en El Cairo, Alaa Al Aswany, que participó en la gran manifestación del pasado martes, estaba profundamente impresionado por la «valentía deslumbrante» de los manifestantes, e impresionado por su determinación de hacer una cosa: cambiar el régimen. Y se expresa así:

 

«Siempre me sentiré intimidado por estos revolucionarios. Todo lo que han dicho muestra una aguda conciencia política y un deseo de libertad que desafía a la muerte. Me pidieron que dijera algunas palabras. A pesar de que he hablado cientos de veces en público, esta vez era diferente: estaba hablando ante 30.000 manifestantes que no estaban de humor para oír hablar de compromiso y quienes interrumpían con gritos de ‘¡Abajo Hosni Mubarak!’ y ‘El pueblo dice, ¡abajo el régimen!'».

 

«Les dije que estaba orgulloso de lo que habían logrado, que habían conseguido terminar con el período de represión, y añadí que incluso si llegamos a ser golpeados o detenidos hemos demostrado que no tenemos miedo y que somos más fuertes que ellos. Ellos tienen los instrumentos más feroces de represión en el mundo a su disposición, pero nosotros tenemos algo más fuerte: nuestro coraje y nuestra convicción en la libertad. La multitud respondió con gritos en masa: ‘¡Vamos a terminar lo que hemos empezado!'». (The Guardian, jueves, 27 de enero 2011.)

El factor decisivo es que las masas han adquirido una conciencia de su fuerza colectiva y están perdiendo el miedo. Empezando con los elementos más jóvenes, más enérgicos y decididos, el estado de ánimo desafiante se ha transmitido a la población de más edad, más cauta e  inerte. The Guardian informa de un ejemplo importante de esto:

«Más ciudadanos de a pie están ahora desafiando a la policía. Un joven manifestante me dijo que, cuando huía corriendo de la policía el martes, entró en un edificio y llamó al timbre de un apartamento al azar. Eran las cuatro de la mañana. Un hombre de 60 años de edad abrió la puerta con temor evidente en su rostro. El manifestante pidió al hombre que le escondiera de la policía. El hombre pidió ver su documento de identidad y lo invitó a entrar, despertando a una de sus tres hijas para preparar algo de comida para el joven. Comieron y bebieron té juntos y charlaron como si fueran amigos de toda la vida».

«Por la mañana, cuando el peligro de detención se había alejado, el hombre acompañó al joven manifestante a la calle, paró un taxi para él y le ofreció algo de dinero. El joven lo rehusó y le dio las gracias. Según se abrazaban, el anciano dijo: ‘Soy yo quien debería darte las gracias por defenderme, por defender a mis hijas y a todos los egipcios'». (The Guardian, jueves 27 de enero 2011).

¿Y ahora qué?

Una cosa está clara. El día de hoy ha terminado en una derrota catastrófica para Hosni Mubarak. Según escribo estas líneas los acontecimientos se están moviendo con la velocidad de la luz. Los rumores se extienden rápidamente. Un periódico de El Cairo ha estado afirmando que uno de los principales asesores del presidente Hosni Mubarak ha huido a Londres con 97 maletas llenas de dinero en efectivo, pero otros informes hablan de un Presidente furioso gritando a oficiales de policía de rango superior por no tratar con más dureza a los manifestantes.

Al caer la noche, los manifestantes permanecieron en las calles, desafiando el toque de queda que el gobierno ha impuesto en todo Egipto. Han comenzado a asaltar edificios públicos. Según Al Jazeera hace unos minutos, el Ministerio de Asuntos Exteriores en El Cairo ha sido asaltado y tomado por los manifestantes y prendido fuego. Por primera vez una oficina del Partido Democrático Nacional en el Gobierno fue incendiada, y los bomberos no hicieron ningún intento de apagar las llamas.

Existe una creciente alarma en Washington. Esta tarde, Hillary Clinton admitió que EE.UU. está «profundamente preocupado por el uso de la fuerza» contra los manifestantes. Hizo un llamamiento al Gobierno egipcio para frenar a las fuerzas de seguridad, pero también dijo que los manifestantes deberían abstenerse de la violencia. Dijo: «Estas protestas subrayan que hay profundas quejas dentro de la sociedad egipcia y el Gobierno egipcio tiene que entender que la violencia no va a hacer que estas quejas desaparezcan». Y añadió: «Como socios, creemos firmemente que el gobierno egipcio debe comprometerse inmediatamente con el pueblo egipcio a aplicar reformas políticas, sociales y económicas».

Traducido al castellano simple, esto significa: «No sea tonto Mubarak. Si intenta utilizar al ejército para aplastar la rebelión se romperá en pedazos. El movimiento es demasiado grande como para ahogarlo en sangre. En su lugar, debe utilizar la astucia. Haga algunos cambios o, por lo menos, dé la impresión de que habrá cambios. Al final, por supuesto, puede que usted tenga que irse. Eso es lamentable, pero todos tenemos que hacer sacrificios de vez en cuando. Usted es un hombre viejo que ha sobrepasado su periodo de utilidad. Usted puede tener una jubilación cómoda y salvar al capitalismo. O, alternativamente, puede aferrarse al poder y terminar como Sadat, muerto. Eso sería muy malo para usted, pero si provoca a las masas demasiado habrá una revolución total y eso sería muy malo para nosotros».

Pero Mubarak no parece estar escuchando. Alejado del mundo real en su palacio, rodeado de gente servil y aduladora, se aferra al poder aun cuando el poder se apaga. Se declara el toque de queda, pero la gente permanece en las calles. Convoca al ejército «para ayudar a las fuerzas de seguridad», pero la gente aplaude al ejército y llama a los soldados a unirse a ellos. Aquí y allá se oye hablar de que la confraternización está teniendo un efecto. Associated Press informaba en directo desde la plaza central de El Cairo. Uno de sus periodistas vio a los manifestantes vitoreando a policías, los cuales se quitaron los uniformes y se unieron a ellos. Triunfantes, los manifestantes los izaron sobre sus hombros.

¿Es esto sólo un incidente aislado, o muestra una tendencia más generalizada? En una situación tan dramática, caótica y cambiando tan rápidamente, el estado de ánimo puede oscilar violentamente en cuestión de minutos. En Alejandría, el ejército está en las calles, pero los soldados están haciendo signos de aprobación a los manifestantes. En Suez también la gente está vitoreando a los soldados, a quienes ven como sus aliados. Hay informes no confirmados de que el ejército y la policía están chocando. Si esto es cierto, Mubarak tiene graves problemas.

Robert Fisk es uno de los pocos periodistas occidentales que muestra una comprensión seria de la situación real en el Oriente Medio. En The Independent de hoy, escribe:

«Ya ha habido indicios de que aquellos cansados del dominio corrupto y antidemocrático de Mubarak han estado tratando de persuadir a los mal pagados policías que patrullan El Cairo a unirse a ellos. ‘¡Hermanos! ¡Hermanos! ¿Cuánto os pagan?’, una de las multitudes comenzó a gritar a la policía en El Cairo. Pero nadie está negociando –no hay nada que negociar, excepto la partida de Mubarak–, y el Gobierno egipcio no dice ni hace nada, que es más o menos lo que ha estado haciendo durante las últimas tres décadas «.

La revolución egipcia

Cualquiera que sea el resultado de las protestas de hoy, una cosa está clara: la Revolución egipcia ya ha comenzado. Esos escépticos y esnobs intelectuales que constantemente insisten en el supuesto «bajo nivel de conciencia» de las masas ahora tienen su respuesta. Los «expertos» occidentales que hablaban con desprecio de los egipcios tachándoles de «apáticos», «pasivos» e «indiferentes a la política», ahora tienen que comerse sus palabras. Las masas, ya sea en Egipto, Irán, Gran Bretaña o los EE.UU., sólo pueden aprender de la experiencia. En una revolución, aprenden mucho más rápido. Los trabajadores y los jóvenes egipcios han aprendido más en unos pocos días de lucha que en treinta años de existencia «normal».

Hace sólo unos meses, el Presidente y su camarilla gobernante se imaginaban que tenían todo bajo control. Se sentían tan seguros que ya estaban preparando al hijo más joven de Mubarak, Gamal, para ocupar el puesto de su padre. Un ex banquero especialista en inversiones, Gamal fue educado en la élite de la Universidad Americana de El Cairo, y trabajó para el Bank of América. Estuvo muy involucrado en la «liberalización» económica de Egipto, que deleitó a los ricos mientras que hizo sufrir a los pobres. Esta información es suficiente para dejar clara donde está su lealtad política. El año pasado, El Cairo fue cubierto por pósters pidiendo a Gamal que se presentase a la presidencia en las elecciones previstas para finales de este año.

Los manifestantes mostraron su actitud hacia el hijo elegido coreando «Gamal, dile a tu padre que los egipcios te odiamos» y destrozando su imagen.

Con la velocidad de un rayo, todo se ha convertido en su contrario. En las calles de El Cairo y otras ciudades egipcias la gente no está sólo hablando de la revolución. Está llevando a cabo una revolución. Eso es ahora un hecho indiscutible. La pregunta que se plantea es ¿quién o qué es lo que va a sustituir al régimen de Mubarak? Pero ésta no es la cuestión más prioritaria en las mentes de los manifestantes. Tal vez los jóvenes en las calles no sepan exactamente lo que quieren. Pero saben exactamente lo que no quieren. Y eso es suficiente por ahora.

La tarea inmediata es llevar a cabo el derrocamiento de Mubarak y su podrido régimen. Eso abrirá las compuertas y permitirá al pueblo revolucionario abrirse paso. Todos los días están descubriendo su fuerza en las calles, y la importancia de la organización y la movilización de masas. Eso ya es una gran conquista. Después de haber pasado por la experiencia de una dictadura de treinta años, no van a permitir la imposición de una nueva, o cualquier intriga que recree el viejo régimen con un nuevo nombre. Túnez es una prueba suficiente de esto.

A pesar de los intentos de los medios de comunicación de exagerar el papel de los Hermanos Musulmanes, está completamente claro que el elemento islámico ha estado en gran parte ausente de estas protestas, que han tenido lugar bajo la bandera de la democracia revolucionaria. La gran mayoría de los activistas son jóvenes de las escuelas y universidades, que no están en absoluto bajo la influencia del fundamentalismo islámico. Ni siquiera está claro si la participación tardía de los Hermanos Musulmanes en las manifestaciones de hoy tuvo un efecto real en el aumento del número de manifestantes en las calles.

Ahora que las masas han podido comprobar su propio poder, no van a estar satisfechas con medidas a medias. Saben que lo que han logrado ha sido conquistado con sus propias manos. Mohamed ElBaradei, un líder de la oposición, ex funcionario de las Naciones Unidas y Premio Nobel, regresó a Egipto ayer por la noche, pero nadie cree –excepto tal vez los americanos– que pueda convertirse en un foco para los movimientos de protesta que han surgido en todo el país sin la ayuda de ningún «líder» burgués. Hoy las cámaras de televisión extranjeras hicieron un débil intento de destacar la participación de El Baradei en la manifestación. Pero todo lo que consiguieron fue mostrar imágenes de un hombre viejo desconcertado que apenas parecía saber dónde estaba ni lo que estaba haciendo.

La lucha por la democracia total permitirá la construcción de verdaderos sindicatos y partidos obreros, pero también plantea la cuestión de la democracia económica y la lucha contra la desigualdad. La democracia sería una frase vacía si se negara a poner las manos sobre la riqueza obscena de la élite gobernante. ¡Confiscación de las propiedades de la camarilla gobernante! ¡Expropiación de la propiedad de los imperialistas que apoyan el régimen y explotan al pueblo de Egipto! La lucha por la democracia, si se prosigue hasta el final, debe de llevar inevitablemente a la expropiación de los banqueros y los capitalistas y al establecimiento de un gobierno obrero y campesino.

Revolución mundial

En 1916 Lenin escribió estas líneas: «Quien espere una revolución social ‘pura’ nunca vivirá para verla. Esa persona apoya la revolución de boquilla sin entender lo que es la revolución…»

«La revolución socialista en Europa no puede ser otra cosa que un estallido de la lucha de masas por parte de todos y cada uno de los elementos oprimidos y descontentos. Inevitablemente, secciones de la pequeña burguesía y de trabajadores atrasados participarán en ella –sin esa participación, la lucha de masas es imposible y ninguna revolución es posible–, e inevitablemente también traerán al movimiento sus prejuicios, sus fantasías reaccionarias, sus debilidades y errores».

«Pero objetivamente atacarán al Capital, y la vanguardia con conciencia de clase de la revolución, el proletariado avanzado, expresando esta verdad objetiva de una lucha de masas abigarrada y discordante, variopinta y aparentemente fragmentada, será capaz de unir y dirigirla, capturar el poder, apoderarse de los bancos, expropiar los monopolios odiados por todo el mundo (aunque por razones diferentes), e introducir otras medidas dictatoriales que en su totalidad significan la caída de la burguesía y la victoria del socialismo, que, sin embargo, no se purgará  de forma inmediata de escoria pequeño burguesa». (Lenin, La discusión sobre autodeterminación resumida.)

Estas líneas podrían haber sido escritas ayer. Toda la situación mundial ha cambiado de manera decisiva y los acontecimientos en Egipto muestran esto de una forma muy dramática. Hemos entrado en la época decisiva de la revolución mundial. En ninguna parte el carácter internacional de la revolución está más claro que en el norte de África y Oriente Medio. Se propaga sin cesar de un país a otro: desde Túnez a Argelia, desde Jordania a Egipto, desde el Yemen a Líbano.

Los acontecimientos de Túnez, por supuesto, fueron inspiradores. Ahora la gente podía ver con sus propios ojos que incluso el más poderoso aparato de seguridad no pudo impedir el derrocamiento de un dictador odiado. La gente en las calles de El Cairo incluso imitaron el lema francés de los manifestantes tunecinos: «Dégage, Mubarak».

Túnez mostró lo que era posible. Pero sería completamente falso suponer que esta fue la única o, incluso, la causa principal. Las condiciones para una explosión revolucionaria habían madurado ya en todos estos países. Todo lo que se necesitaba era una sola chispa para encender el polvorín. Túnez la proveyó. El levantamiento revolucionario ha llegado ya a otros países árabes como Yemen. Al igual que en Túnez, los pueblos de Egipto, Argelia, Jordania y Yemen viven en la pobreza sometidos a élites gobernantes dictatoriales que tienen una vida de lujo mediante el saqueo de la nación.

Estos movimientos tienen similitudes sorprendentes con los movimientos de masas que llevaron al derrocamiento de los regímenes de Europa del Este. Una vez más, sobre el papel, estos gobiernos tenían un aparato estatal fuerte, grandes ejércitos, la policía y la policía secreta. Pero eso no les salvó. La burguesía no cabía en sí de gozo por la caída del «comunismo». Pero su alegría fue prematura. En retrospectiva, la caída del estalinismo será vista sólo como el preludio de un desarrollo mucho más sobrecogedor: el derrocamiento revolucionario del capitalismo. Por todas partes, incluidos los Estados Unidos, el sistema está en crisis. Por todas partes, la clase dominante está tratando de poner todo el peso de la crisis de su sistema sobre los hombros de las capas más pobres de la sociedad.

En Túnez y Egipto, el sistema se está rompiendo por sus eslabones más débiles. Se nos dirá que semejantes cosas no pueden suceder aquí, que la situación es diferente y así sucesivamente. Sí, la situación es diferente, pero sólo en grado. Por todas partes, la clase obrera y la juventud se enfrentan a la misma alternativa: o bien aceptamos la destrucción sistemática de nuestro nivel de vida y los derechos, o bien luchamos.

El argumento de «aquí no puede suceder» no tiene ninguna base científica o racional. Lo mismo se dijo de Túnez hace sólo un par de meses, cuando ese país fue considerado como el más estable en el norte de África. Y el mismo argumento fue repetido en relación a Egipto, incluso después de que Ben Ali había sido derrocado. Sólo unas pocas semanas fueron suficientes para desenmascarar la falsedad de esas palabras. Así es la velocidad de los acontecimientos de nuestra época. Tarde o temprano, la misma pregunta se planteará en todos los países de Europa, en Japón, en Canadá, en los Estados Unidos…

Acontecimientos revolucionarios están en el orden del día. El proceso avanzará a una velocidad mayor o menor de acuerdo a las condiciones locales. Pero ningún país puede considerarse a salvo del proceso general. Los acontecimientos en Túnez y Egipto nos muestran nuestro propio futuro como en un espejo.

Londres, 28 de enero 2011

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