Gobiernos, Monopolios y la crisis del COVID19 – La pandemia que amenaza el futuro de la humanidad se llama capitalismo (y III)

En esta última parte, Joseba Blanes establece un paralelo con las grandes crisis de epidemia vividas por la humanidad en épocas anteriores. Mientras que en dichas épocas las fuerzas productivas estaban muy subdesarrolladas para afrontar situaciones de este tipo, no es la situación bajo el capitalismo. Su incapacidad para hacerlo muestra que es necesario sustituirlo por un sistema social superior, el socialismo. El futuro de la humanidad depende de ello.

Respuesta institucional, improvisación y mentiras

Sin extraer conclusión alguna de la experiencia en China, donde el 23 de enero se decretaban drásticas medidas de confinamiento en Wuhan y Hubei, los gobiernos de la mayoría de los países del mundo siguieron difundiendo ante los medios su mensaje tranquilizador. Afirmaban que los efectos del nuevo virus serían muy parecidos a los de la gripe y no había que alarmarse. Según los expertos, lo único que se debía hacer si se detectaban contagios importados, sería controlarles a ellos y a su cadena de contactos, para ponerlos en cuarentena y evitar que el virus se extendiera y se produjeran transmisiones locales.

Mes y medio más tarde que en China,  el 8 de marzo, cuando ya la situación estaba fuera de control con 118.000 positivos reconocidos en 114 países y 4.291 muertos, la OMS decretaba el estado de pandemia global. Desde ese momento, con velocidad digna del mejor prestidigitador, autoridades y expertos dieron un giro de 180º a sus planteamientos y pasaron a defender la necesidad de llevar a cabo una Guerra Global contra el Virus.

Forzados por la situación, el cambio de guión llegó tan lejos que para justificar su imprevisión e incompetencia, todos a una empezaron a repetir el mismo bulo: «Nadie es responsable de la improvisación o de la falta de recursos, porque no era posible prever esta pandemia, ni su extrema gravedad sólo comparable a la situación que se dio en la II Guerra Mundial».

Siguiendo la vieja máxima de Goebels, de que la mayor mentira si se repite permanentemente terminará pareciendo una verdad incuestionable, pusieron manos a la obra e iniciaron una campaña de intoxicación masiva que aún persiste.

Cubriéndose tras el manto de la autoridad intelectual de expertos de todo tipo y condición, nos repiten hasta la saciedad el mismo mensaje: «No somos responsables, porque nadie, tampoco los científicos, podían prever el virus que emergería, cuando y donde lo haría, ni tampoco su gravedad y capacidad de contagio».

Lo que está detrás de su contundente afirmación es una verdad de perogrullo. Vienen a ratificar lo que cualquier persona medianamente inteligente entiende, esto es: que existen límites en cualquier previsión científica, sea en el campo de la virología o en cualquier rama de la ciencia, y esos límites los marcan el grado de desarrollo del conocimiento y la tecnología existentes en ese momento y lugar.

Ciertamente, los interrogantes sin respuesta con los que intentan justificar su imprevisión son tan obvios,  que responderlos previamente sólo se le podría haber pedido a algún vidente o adivino. Sin necesidad de ser experto en virología, cualquiera conoce o ha oído alguna vez que la característica per se del amplísimo espectro de virus, que viven en los animales y a veces nos infectan a los humanos, son precisamente las constantes mutaciones y cambios que producen nuevas cepas víricas, diferentes de las originales. Al igual que las previsiones fiables en meteorología, tienen un límite temporal y, si éste se supera, la posibilidad de acierto es mucho menor. Con los medios y conocimientos actuales, los virólogos y epidemiólogos pudieron anticipar el riesgo y apostar por la familia de virus donde parecía más probable que emergiera, pero era inviable conocer de antemano la mutación concreta.

Incluso en el caso del virus de la gripe, el organismo dependiente de la OMS denominado Sistema Mundial de Vigilancia y Respuesta a la Gripe-SMVRG-, lo viene siguiendo sistemáticamente desde hace 65 años. No sabe si la vacuna que cada año desarrolla para combatir los dos brotes estacionales periódicos, uno por cada hemisferio, será más o menos efectiva,  todo dependerá de si se acierta o no con las 3 o 4 cepas que se incluyan como diana.

La evidencia científica, crónica de una pandemia anunciada

La tesis que suscita el consenso prácticamente unánime de los investigadores, y sigue sin respuesta «institucional», la resumía en el contexto actual el doctor en bioquímica y director del grupo de Virología e Inmunología Celular de IrsiCaixa, Juliá Blanco (La Vanguardia, 23 de marzo 2020):

La clave es pensar a largo plazo, no sólo en este coronavirus sino en los que vendrán.Tenemos que acostumbrarnos a que el salto de virus entre especies será cada vez más común. Convivimos muy juntos humanos y animales, hay una densidad elevadísima de población y tenemos una movilidad tan alta que cualquier virus es global en poco tiempo.

Y concluía:

Por eso es importante prepararse para los futuros brotes, generando vacunas capaces no sólo de combatir un coronavirus en particular, sino todos los que posiblemente nos llegarán.

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Tabla 5: Resumen de los más graves brotes epidémicos y pandémicos provocados por virus de la gripe, el de la viruela, sarampión y por nuevos virus emergentes  en los últimos 100 años. Fuente OMS y Wikipedia
Notas:
1.-En el caso del SARS Cov, aunque el número de afectados fue limitado, se habla de pandemia porque se produjeron contagios en 29 países de varios continentes.
2.- Además de los casos referenciados habría que sumar los dos brotes estacionales de gripe, que cada año producen una media de entre 3 y 5 millones de casos graves y entre 250.000 y 500.000 muertes.

En abierto contraste con los argumentos oficiales, la simple enumeración de los episodios de pandemias y la aparición de nuevos virus zoonóticos en los últimos 100 años, justificaba más que sobradamente el llamamiento de los expertos a las autoridades sanitarias para que adoptasen las medidas preventivas necesarias. Toda la evidencia empírica subrayaba la urgente necesidad de dotar de recursos y financiación suficiente a los científicos, preparándose así para afrontar la amenaza que para la salud y supervivencia humana suponen la emergencia de nuevos virus pandémicos.

Lo que ayer era un riesgo anunciado,  hoy se ha convertido en una cruel realidad cuyo desenlace y balance aún es incierto.

Lo que realmente se esconde tras la » explicación institucional», es evitar por todos los medios tener que responder a las dos cuestiones centrales:

 ¿Dispondríamos ya de una vacuna y de antivirales eficaces contra el COVID19 si se hubiesen tenido en cuenta las advertencias de los investigadores?

¿Por qué no se dedicaron los recursos y financiación necesarios, para prevenir lo que hoy es una cruel realidad?

Saben, que sólo el enunciado de estas preguntas pone encima de la mesa la responsabilidad criminal de su sistema, el Capitalismo, donde todo se sacrifica en el altar del beneficio y también de la clase que lo dirige, esa ínfima minoría de grandes burgueses que, contando con la obediente connivencia de Estados y gobiernos, controlan con mano de hierro los principales resortes de la economía mundial y decidieron que invertir en la prevención de una hipotética pandemia no era rentable.

Naturaleza, pandemias y humanidad una historia compartida

El pasado 12 de abril, bajo el clarificador título: «La COVID19 es el último aviso y, sin conciencia crítica de especie, a la próxima la humanidad colapsará». El diario «Público» entrevistaba al arqueólogo y antropólogo Eudald Carbonell Roura, codirector desde hace más de 30 años de las excavaciones de Atapuerca y en su campo uno de los expertos más prestigiosos y con mayor proyección a nivel internacional.

La profundidad de las reflexiones y conclusiones que desarrolla en la entrevista, merecen ser conocidas y tenidas en cuenta como un importante elemento de juicio,  por cualquiera que se plantee entender el punto de inflexión en que nos encontramos y prospectar el futuro al que se enfrenta la humanidad.

Respondiendo a uno de los muchos interrogantes que se le planteaban en la entrevista, sobre la existencia o no de epidemias en la prehistoria humana, Carbonell hacía la siguiente reflexión:

Por supuesto, las pandemias han existido siempre, aunque es muy difícil encontrar evidencias, porque hay que tener en cuenta que las pandemias funcionan a partir de las cargas demográficas existentes. No es igual,  cuando afecta a 200 o 1000 individuos de un territorio hasta que morían todos ellos y no quedaba ningún huésped del virus que pudiese continuar el contagio, porque a muchos kilómetros de distancia ni se enteraban, hoy en un mundo globalizado con grandes medios de comunicación y transporte,  los huéspedes se multiplican exponencialmente.

Partiendo del hecho, de que al menos el 70% de las enfermedades humanas son de origen animal y que virus y bacterias ya eran parte integrante de la naturaleza, mucho antes de nuestro alumbramiento como especie, se han encontrado bacterias alojadas en dientes, estómagos y heces de peces fósiles de hace 350 millones de años, y restos de bacterias patógenas de hace 70 millones de años en fósiles de mamíferos. Parece lógico pensar que a través de nuestro contacto con plantas y animales,  fuera inevitable que a veces se produjese la emergencia de algún patógeno que diese el salto entre especies. De hecho, al igual que todo lo que nace merece perecer, del mismo modo no se puede concebir la salud sin la enfermedad y ambas son una parte consustancial de la experiencia de cualquier ser vivo.

Durante gran parte de la prehistoria, el hombre sólo contaba con un reducido equipo de herramientas y aún no había modificado de manera significativa la naturaleza. Los grupos humanos eran poco numerosos y se encontraban aislados. El riesgo de epidemia existía, pero la escasa densidad de población y los infrecuentes contactos entre distintos grupos, reducían su potencial extensión.

Esa limitada interactuación, entre hombres y patógenos infecciosos, cambia a partir de la Revolución Neolítica. El descubrimiento de la agricultura y la domesticación de animales salvajes permiten asegurar alimentación suficiente para poblamientos humanos cada vez mayores. El crecimiento de la población, favorece los intercambios y contactos entre distintos pueblos y como efecto indirecto facilita el desarrollo de nuevos microorganismos con potencial epidémico.

No es casual que sea en ese período, en el que por primera vez se tiene constancia de la aparición de algunos de los virus más conocidos. Ese es el caso de la viruela -variola virus-, del que se ha confirmado su presencia en comunidades agrícolas de la India hace 11.000 años. También de la poliomielitis –poliovirus- enfermedad representada en una estela funeraria egipcia de la XVIII dinastía en 1580 antes de nuestra era (a.n.e.). Lo mismo ocurre con el sarampión -mobillivirus- del que hay referencias en Oriente Medio y en la India desde el 2.500 a.n.e.

La opinión mayoritaria entre los investigadores postula como hipótesis más probable es que la mayoría de los patógenos que conocemos nos acompañan desde hace miles de años, entre los que también se encuentra el de la gripe, cuyos síntomas los describe Hipócrates en el 412 a.n.e. Tienen un origen zoonótico: la gripe y la difteria del cerdo, el sarampión del perro, el bacilo de Koch de los bóvidos, la lepra del búfalo. Su tesis la basan en la similitud existente con otros virus presentes en animales y sobre todo por el estrecho contacto que se da entre humanos y animales con su domesticación, proceso que en la cuenca del Mediterráneo comienza a partir del 8.000 a.n.e.

Las pandemias en la antigüedad clásica

Una de las primeras epidemias de las que se tiene constancia escrita, es la provocada por la viruela en Atenas en el año 430 a.n.e., que describió el historiador ateniense Tucídides.

Las primeras referencias escritas de pandemias que afectan a grandes áreas geográficas tienen lugar tras la consolidación del Imperio Romano. Roma controlaba grandes zonas geográficas en Europa, Asia y el Norte de África, agrupaba una población muy numerosa que vivía en ciudades y contaba con unas excelentes vías de comunicación terrestres y marítimas,  que facilitaban los intercambios y el comercio. Igualmente sin pretenderlo, crearon también las condiciones idóneas para que una enfermedad infecciosa pudiera extenderse entre la población.

El primer episodio histórico conocido de una pandemia fue la llamada «Peste Antonina o de Galeno»,  que tuvo lugar entre los años 165 y 180 durante el mandato del emperador Marco Aurelio Antonino. Según la descripción del gran médico Galeno de Pérgamo,  se trató de una epidemia de viruela, cuyo primer brote en el 165 se desató entre las tropas romanas que asediaban la ciudad de Seleucia en Oriente Medio. Rápidamente el contagio se extendió por todo el imperio. Nueve años más tarde hubo otro brote que afectó sobre todo a Roma. Se calcula que fallecieron cinco millones de personas.

Muchos historiadores reseñan que Marco Aurelio fue el último de los grandes emperadores. Iniciándose después la lenta decadencia del imperio con el reinado de su hijo Cómodo y el posterior ascenso al poder de la dinastía Severa, que culmina con la caída de Roma y del imperio occidental en la parte final de la segunda mitad del siglo V.

La segunda pandemia fue la denominada «Plaga de Justiniano«, entre 541-543. Ocurre pocas décadas después de la caída de Roma. La plaga según relata Procopio de Cesarea -hoy se sabe que fue peste bubónica-, se extendió por todo el imperio Bizantino, África, Europa y Asia. Se calcula que pudieron morir entre 25 y 50 millones de personas, del 13% al 26% de la población mundial entonces. La pandemia coincide con el intento del emperador de Bizancio Justiniano I el Grande de reconquistar los territorios perdidos en occidente y reconstruir el imperio romano. Objetivo éste que finalmente fracasó a pesar de los éxitos militares iniciales,  con las victorias frente a vándalos y ostrogodos del gran general Belisario, abriendo el camino en Europa a la consolidación de los reinos bárbaros y al comienzo de la Alta Edad Media.

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La Peste de Azoth, en el reinado de Justiniano. Cuadro de Nicolás Pussin, 1631.

La Alta Edad Media

La caída de Roma con la que se inicia la Alta Edad Media en Europa -siglos VI al X-,  supone el desplome del comercio y la destrucción física o el deterioro irreversible de gran parte de la obra pública romana: calzadas, puertos, puentes, acueductos. Esto condujo al abandono de las ciudades y a un proceso general de ruralización de la población.

El tremendo retroceso que se produce en todos los terrenos, económico, tecnológico, cultural…,unido a las guerras continuas por repartirse el control del territorio, provocan una caída drástica de la población, que en el siglo X apenas supera la mitad de la que había 400 años atrás. Eso explica, que los brotes epidémicos periódicos más o menos graves que se siguen dando, tengan una extensión geográfica y poblacional limitada.

El período excepcional de «La plena edad Media»

Entre los siglos XI y XIII –período que algunos historiadores denominan La Plena edad Media- la situación cambia drásticamente.

Se han acabado las guerras por la búsqueda de territorios donde establecerse, de vándalos, normandos o húngaros. En la península Ibérica, tras la desaparición en 1031 del califato de Córdoba se detiene el avance musulmán. Poco después se inician las cruzadas para conquistar Oriente Medio y Jerusalén-1095-1291-. El espacio Islámico queda reducido a la Cuenca del Mediterráneo Sur y al Interior de Asia y deja de ser una amenaza, generándose en Europa una situación de relativa estabilidad política y militar.

La aparición del arado de hierro con rueda y vertedera, el uso del caballo como animal de tiro en lugar de los bueyes, la tala de bosques para nuevos cultivos y la rotación trienal de estos, la instalación y uso de molinos de agua y de viento, el uso de herramientas de hierro, todos estas innovaciones combinadas se dieron con unas condiciones climáticas excepcionales. Algunos historiadores hablan del óptimo medieval que incluso permitía el cultivo de vides en Inglaterra. Se multiplica la producción y los excedentes agrícolas, lo que a su vez fomenta y desarrolla el comercio. Paralelamente se producen también importantes mejoras técnicas en la navegación y la construcción naval,  como la incorporación del timón de codaste o la brújula.

En el extremo oriente, el dominio mongol de gran parte de Asia garantiza la seguridad de las expediciones comerciales y permite que durante el siglo XIII se restablezca la Ruta de la Seda entre China y Europa.

La suma de esos factores conducen a una explosión demográfica, la población se duplica y a mediados del siglo XIII se alcanzan los 73 millones de habitantes. La importancia cada vez mayor del comercio hace que las ciudades ganen en tamaño y poder, multiplicándose la población urbana. En algunas zonas como es el caso del norte de Italia, el proceso es aún más intenso. En 1300, la renta per cápita se ha multiplicado por 3,  el nivel de alfabetización de la población urbana es el más alto de Europa, saben leer y escribir el 50% de los varones y el 20% de la población total vive en grandes ciudades como Milán, Venecia y Florencia con más de 100.000 habitantes, y otras muchas como Bolonia, Lucca, Génova….que superan los 50.000.

«La Peste Negra» o el mayor desastre biológico de la historia de la humanidad

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El triunfo de la Muerte, de Pieter Bruegel el Viejo – Una recreación alegórica de los males del final de la Edad Media y comienzo de la Moderna, incluidas las plagas y epidemias de virus

Toda la situación previa de excepcional bonanza climática e intenso avance económico y social, empieza a mostrar signos de agotamiento a principios del siglo XIV. Las tierras fértiles en cultivo no son suficientes para hacer frente a las necesidades generadas por el gran aumento de la población. Además de la escasez de nuevas tierras y de caballos de tiro para incrementar los cultivos, se produce un brusco empeoramiento de las condiciones climáticas, con el inicio de la denominada «pequeña edad del hielo»,  que provoca una drástica bajada de las temperaturas que reducen aún más la producción agrícola. En muchas zonas se generalizan la malnutrición y las hambrunas.

Ese el escenario en toda Europa cuando se desata la Plaga de la Peste Negra 1347-1353.

Aunque no se conoce el lugar exacto donde se dieron los primeros casos, si se sabe que empezó en Asia y también que llegó a Mesina, en un barco procedente de la colonia genovesa de Caffa en el Mar Negro. De ahí se extendió por toda la península Italiana. Ese mismo año, Luis I de Hungría había iniciado una campaña militar para imponer sus derechos dinásticos sobre la corona de Nápoles, el contagio entre sus tropas y la mortandad que provocó la peste, le forzaron a desmovilizar su ejército y fueron los soldados de vuelta a sus países, los que extendieron la epidemia al resto de Europa. Finalmente, sólo Islandia y Finlandia se libraron de la pandemia.

El nombre de peste negra o muerte negra describía los síntomas que desarrollaban los enfermos en la fase final de la enfermedad. Se iniciaba con manchas en la piel de color azul o negro, provocadas por pequeñas hemorragias cutáneas; después aparecían bubones de color negro, en cuello, brazos, piernas o detrás de las orejas, debido a la inflamación de los ganglios del sistema linfático, se gangrenaban los dedos de las extremidades y finalmente se producía la rotura de los bubones supurando un líquido con olor pestilente. La duración de esta fase final solía ser de 5 días provocando la muerte del infectado en el 90% de los casos. No existía tratamiento efectivo alguno.

Después de la observación de miles de casos, se llegó a la conclusión de que el desarrollo de la enfermedad era como máximo de 39 días, y cualquier infectado que superaba ese tiempo no volvía a recaer. Desde ese momento, toda aquella persona que pretendiese entrar a un pueblo o ciudad, tenía que permanecer aislado durante 40 días.

A partir de entonces se acuñó el término » cuarentena», que se utiliza universalmente para describir cualquier caso en que sea necesario aislar a alguien para comprobar si padece o no una enfermedad infecciosa.

Aunque no se sabe la cifra exacta de víctimas, se estima que en Europa murieron entre 24 y 48 millones de personas, del 30% al 60% de la población; y de 75 a 200 millones en todo el mundo. La incidencia por zonas geográficas fue muy dispar, mientras Florencia y otras ciudades del Norte de Italia perdieron hasta el 80% de su población, en el oeste de lo que hoy es Alemania murieron uno de cada 10 habitantes, y en Francia o Inglaterra entre el 30% y el 50%….

Muchos historiadores consideran que esta pandemia sigue siendo el peor desastre biológico de la historia de la Humanidad, que siguió marcando su impronta en todos los aspectos de la vida durante varias décadas.

Gripe, Viruela, Sarampión y la Colonización de América

Los siglos XV y XVI  suponen el canto del cisne del Medioevo en toda Europa. El significado profundo de esa etapa histórica lo resumía así Karl Marx en La Revolución española:

Fue en el siglo XVI, cuando se forjaron las grandes Monarquías que se erigieron en todas partes sobre la decadencia de las clases feudales en conflicto: La Aristocracia y las Ciudades. Pero en los grandes Estados de Europa la Monarquía Absoluta se presenta como un gran centro civilizador, como la iniciadora de la unidad social. Allí era la Monarquía absoluta el laboratorio en que se mezclaban y trataban los distintos elementos de la sociedad hasta permitir a las ciudades, trocar la independencia local y la soberanía medievales, por el dominio general de las clases medias y la común preponderancia de la sociedad civil» y refiriéndose a las particularidades del proceso en España añadía «En España por el contrario, mientras la aristocracia se hundía en la decadencia sin perder sus privilegios más nocivos,  las ciudades perdían su poder medieval sin ganar en importancia moderna. (1854)

En la península Ibérica, las dos monarquías ascendentes, Portugal y España, una vez terminado su proceso de unificación interna, con la derrota y anexión en el caso español de los últimos reductos musulmanes, centran todo su interés en la búsqueda de nuevos territorios y rutas comerciales.

El objetivo central que les mueve es descubrir nuevas rutas marítimas que les faciliten el acceso a nuevas fuentes de materias primas y al comercio de las especias y otras mercaderías con Asia. La conquista otomana de Constantinopla en 1453, con el cierre del Bósforo y por tanto del acceso desde el mar Negro a la ruta de la seda. Les impulsa aún más en esa dirección.

Compitiendo con los navegantes lusos que, circunvalando África y a través del Mar Rojo, consiguen llegar al Océano Índico. En 1492 se inicia la expedición española dirigida por Cristóbal Colón, que en su búsqueda de una nueva ruta atlántica hacia las Indias termina alcanzando el continente americano. La confusión duró hasta que en 1507 comprobaron que el nuevo mundo no tenía conexión terrestre con Europa.

Por primera vez, desde el final de la última glaciación cuando la subida del Mar de Behring hizo desaparecer el llamado «Puente de Beringia» que comunicaba Siberia y Alaska, la llegada de los españoles rompe los 10.000 años de aislamiento entre América y Eurasia. Accidentalmente, se combinan la inevitable confrontación entre civilizaciones con un desigual grado de desarrollo y la involuntaria bomba de relojería que implica poner en contacto a millones de amerindios con nuevas enfermedades y patógenos frente a los que eran vírgenes inmunológicamente.

Los conquistadores españoles entran en contacto, primero en las Islas Caribeñas y más tarde ya en el continente, con pueblos y civilizaciones, aztecas, mayas, incas… que forman poderosos imperios, con una población muy numerosa y que cuentan con una cultura propia muy desarrollada. La enorme desproporción cuantitativa, entre los pocos miles de hombres que conforman el grueso de las fuerzas ocupantes y los millones de habitantes que pueblan todo el continente, sólo se compensa parcialmente, por la ventaja comparativa que suponen los muy superiores medios de transporte, herramientas de hierro, pertrechos y sobre todo el armamento – espadas, armaduras, caballería, armas de fuego, artillería… que por vía marítima les llegan de Europa.

Desde las primeras tomas de contacto con los nativos Caribes y Arawack se produce lo inevitable. Los últimos estudios confirman que ya en 1.494 a las tropas de la segunda expedición colombina les acompañaba como visitante imprevisto el virus de la gripe porcina. La infección no tardó en extenderse diezmando a la población nativa. Junto la gripe, alcanzaron las costas del nuevo mundo la mayoría de los patógenos responsables de las enfermedades contagiosas de Eurasia: viruela, sarampión, tifus, cólera…. De esta forma, con cada nueva expedición militar de conquista, se extendía el contagio por todo el continente, generando una hecatombe demográfica.

Según explica el historiador y escritor Chris Harman, en su libro «La otra historia del Mundo», del más del millón de nativos que a la llegada de los españoles poblaban la isla que bautizaron como «La Española» -Santo Domingo y Haití-, en 20 años el censo se redujo a menos de 28.000, y en 1.562 apenas sobrevivían 200.

A comienzos del siglo XVII, en poco más de un siglo de dominio colonial, prácticamente habían desaparecido todas las culturas precolombinas. De una población de entre 10 y 25 millones que habitaban en lo que hoy es México y Centro América escasamente sobrevivieron unos 2 millones, lo mismo ocurrió con los pueblos que englobaba el imperio Inca, que pasaron de 7 millones de habitantes a poco más de medio millón.

Es indudable, que el impulso que conduce a la conquista y colonización de las Américas, reflejaba la necesidad histórica de romper con el particularismo y las limitaciones del viejo orden feudal,  sentándose así las bases para el desarrollo de un nuevo modelo económico: «El capitalismo», lo que desde un punto de vista histórico tuvo un carácter progresivo. Pero también resulta evidente que en este desarrollo, el accidente biológico provocado por la ruptura del aislamiento continental americano aceleró de manera muy significativa el proceso.

Como una cruel ironía histórica, las dos potencias que marcaron la impronta durante todo el siglo XVI, pronto quedaron relegadas a una posición irrelevante en el nuevo escenario que ellos inauguraron a nivel mundial y que toma cuerpo con el ascenso de la burguesía entre los siglos XVII y XIX. Como sintetizaba magistralmente León Trotsky en su libro La revolución española y las tareas de los comunistas:

España pertenece indiscutiblemente al grupo de los países más atrasados de Europa. Pero su atraso presenta unas peculiares características motivadas por el gran pasado histórico del país. El país conoció periodos muy florecientes,  periodos de superioridad sobre el resto de Europa. El descubrimiento de América que al principio fortaleció y enriqueció a España se volvió pronto contra ella. Las grandes rutas comerciales se apartaron de la península Ibérica. Holanda enriquecida tomó la delantera a España. Después fue Inglaterra quien adquirió una posición aventajada sobre el resto de Europa. En la 2ª mitad del siglo XVI España se aproximaba a la decadencia. Después de la destrucción de la Armada Invencible -1588-, esta decadencia revistió por así decirlo un carácter oficial. Nos referimos a ese estado de feudalismo burgués en España que Marx llamó la putrefacción lenta y sin gloria. Las viejas y nuevas clases dominantes la nobleza latifundista y el clero católico mediante la Monarquía,  las clases burguesas mediante sus intelectuales intentaron mantener sus viejas pretensiones pero ¡¡Ay!! sin sus antiguos recursos. (1931)

Los datos objetivos nos muestran que las pandemias que han puesto en peligro la propia existencia de la humanidad, coinciden con puntos de inflexión en el devenir histórico. Las condiciones previas necesarias para que el incidente biológico se pueda dar,  las genera o facilita enormemente la situación social del momento, y a la vez el accidente retarda o acelera el proceso original.

La diferencia cualitativa entre la crisis del COVID19 con todas las pandemias previas incluida la provocada por la gripe española de 1918-1920, es que hoy por primera vez en la historia de la humanidad si existen los medios tecnológicos y científicos necesarios para poder anticipar la emergencia epidémica y generar los medios para combatirla. El desastre biológico que ayer era imprevisible e incontrolable, hoy es producto directo de la incapacidad del sistema burgués.

Las implicaciones revolucionarias del COVID19

La crisis sanitaria y socioeconómica provocada por el COVID19 supone un cambio abrupto en las vidas de millones de personas en todo el mundo, enfrentadas a una situación sin precedentes, y de cuya posible emergencia nadie les advirtió.

De la noche a la mañana, el estallido de la pandemia ha provocado uno de los mayores desastres biológicos en la historia de la humanidad, con consecuencias potencialmente más graves que los de la Gripe Española de 1918.

Las trágicas consecuencias, con millones de infectados y decenas de miles de muertes,  que estamos sufriendo los trabajadores de los países más desarrollados, son sólo un pequeño anticipo del horror sin fin al que se enfrentan cientos de millones de desheredados en el Subcontinente Indio, Asia Central,  África y América Latina. Estas regiones del mundo,  en las que millones de seres humanos viven hacinados en los suburbios de grandes megalópolis, sin apenas servicios y con una infraestructura sanitaria mínima, serán las que sufran las consecuencias sanitarias y sociales más devastadoras de la pandemia.

En la economía, el virus ha detonado todo el material explosivo que, en forma de infrautilización de la capacidad instalada, caída de la inversión productiva, endeudamiento público y privado, especulación financiera, tensiones comerciales, lucha abierta por el control de las materias primas y los mercados, etc. se ha ido acumulando durante años en los cimientos del capitalismo. Como si el accidente del COVID19 reencarnase una versión moderna del mito de la caja de pandora, han salido a la luz todos los males que se anticiparon y expresaron en 2008, reflejando el carácter orgánico y global de la crisis de un sistema que amenaza el futuro de la humanidad.

Los expertos de la clase dominante observan atónitos cómo con cada nuevo dato económico  se confirman sus peores augurios. Aunque los interrogantes siguen siendo muchos, todo indica que la aceleración y profundización de las contradicciones que el accidente del virus ha impulsado, están empujando a la economía mundial,  a una crisis tan profunda que hará que la del 2008 parezca un juego de niños.

Las consecuencias inmediatas en la vida de millones de personas ha supuesto en muchos casos pasar de la situación de relativa estabilidad que tenían ayer, a ver en riesgo su puesto de trabajo, las condiciones de vida y el futuro de sus familias.

La incertidumbre sobre la epidemia, unido al parón de la economía, son un tremendo mazazo psicológico que de golpe han roto todas las seguridades, certezas y rutinas que hasta ayer mismo marcaban sus vidas. Ante un cambio tan radical e inesperado, no es de extrañar que lo que predomine en un primer momento sean el miedo, la confusión y las dudas. Mañana, cuando finalmente la situación empiece a normalizarse y se levante el confinamiento, el péndulo de la conciencia oscilará violentamente y serán miles quienes empezarán a recapacitar, hacerse preguntas y a exigir responsabilidades. Empezando por los jóvenes y los sectores más conscientes de la clase obrera, el cuestionamiento incipiente del capitalismo que ya se venía desarrollando desde la crisis de 2008, dará un salto de calidad. Rompiendo con las ataduras ideológicas del pasado, miles se preguntarán: ¿Qué hacer para acabar con esta pesadilla? Muchos buscarán dónde organizarse y pasarán a la acción.

El accidente del COVID19 ha provocado que la labor del viejo topo de la historia, que durante años apenas se percibe, en pocos meses haya dado un salto de gigante, sacando a la luz todas las contradicciones del capitalismo.

¡¡Abruptamente se ha abierto un proceso paralelo de revolución y contrarrevolución cuyo desenlace se decidirá en los próximos años!!

El dilema que hay que resolver se reduce a saber: ¿Quién Prevalecerá? Hay dos alternativas.

O la hidra multiforme del viejo orden social que, usando todos los resortes materiales e ideológicos de Estados y gobiernos, oculta y protege la Dictadura de la Aristocracia del Capital, a cuyo beneficio egoísta se subordina el interés general poniendo en riesgo el futuro mismo de la Humanidad.

O el tremendo poder potencial de las clases laboriosas que hacemos funcionar la sociedad, y quienes aprendiendo en la dura experiencia de los dramáticos acontecimientos que nos va a tocar vivir, se convierten en fuerza creadora efectiva y expropiando a la Aristocracia del Capital para crear un nuevo orden social, basado en la socialización del conocimiento, los recursos tecnológicos y productivos acumulados,  que planificados y controlados colectivamente en poco tiempo pondrían fin a todas las lacras de paro, miseria,  enfermedad y barbarie del Capitalismo. Esto sentaría las bases para dar un salto de gigante hacia un nuevo estadio en la historia de la Humanidad.

El nudo gordiano al que se enfrenta la humanidad, es la misma disyuntiva que hace más de 150 años  anticipó  Federico Engels: «Socialismo o Barbarie». Hoy, en el siglo XXI, el dilema adquiere aún un carácter más agudo y perentorio y se reduce a: Socialismo o destrucción de la Humanidad.

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