Centenario de la Revolución Rusa. Parte IV: La ofensiva militar de junio y el I Congreso de los Sóviets de toda Rusia

Los dirigentes socialistas conciliadores, mencheviques y socialrevolucionarios, participantes en el gobierno de unidad nacional con los partidos burgueses, fomentaban la idea entre su base social de que la continuación de la guerra contra los imperios centrales era para salvaguardar las conquistas de la Revolución de Febrero. Aceptando esto, el soldado entendía la guerra como defensiva: «mientras el gobierno no consiga la paz habrá que defenderse». Estaba instalada la idea de «no más ofensivas», con la perspectiva de una paz general.

El porqué de la ofensiva militar

Sin embargo, la paz tan ansiada era imposible. “Quien paga, manda”, lo que se traducía en que el gobierno se sometía a las leyes capitalistas, es decir, a los dictados de los préstamos británicos, belgas y franceses, cuyos capitalistas dominaban la parte del león de la economía rusa, controlaban sectores amplios de la industria y financiaban la deuda pública del estado ruso, asegurando el suministro de armamento…

Con la economía en bancarrota, los gobiernos aliados, conscientes de la debilidad rusa, utilizaban la presión económica para forzar una ofensiva en el frente ruso que debilitase a los ejércitos alemanes y austríacos.
La continuación de la guerra también traería otras ventajas, como explica Trotsky:

«…justificaría la conservación del aparato burocrático y militar del zarismo, el aplazamiento de la Asamblea Constituyente, la subordinación del interior revolucionario al frente, o, lo que es lo mismo, a los generales que formaban un frente único con la burguesía liberal. Todos los problemas interiores, y muy principalmente el problema agrario, y toda la legislación social, se aplazaban hasta la terminación de la guerra, que, a su vez, se aplazaba hasta la consecución de una victoria en la que los liberales, por su parte, no creían. La guerra, destinada a agotar al enemigo, se convertía en una guerra destinada a agotar la revolución». (Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, cap. XVIII).

Es decir, el consabido soniquete de: “primero la guerra, y luego la revolución”.

Pero la revolución estaba ahí, con sus comités de representantes, elegibles y revocables en cualquier momento (soviets), con unas masas que habían despertado a la actividad política y que, con la confianza adquirida tras haber derrumbado el dominio que durante siglos habían impuesto los zares, se devoraban los sesos sobre cómo mejor garantizar el fin de las situaciones más inmediatas que provocaban su penuria.

La situación del ejército y el fracaso de la ofensiva

Las masas, para solemnizar con sus decisiones la no vuelta atrás en su condición, fuesen del partido que fuesen, pugnaban por cambiar las leyes, normas y, llegado el caso, resolviendo por los hechos aquello que necesitaban, agarrándose a los soviets en las ciudades y en el frente, para apuntalar sus decisiones. Esta situación “de doble poder”, visualizaba constantemente la confrontación de las clases sociales, expresándose en el ejército en el enfrentamiento de las masas de soldados contra la oficialidad.

Los dirigentes conciliadores trataban de no herir las susceptibilidades del generalato, por lo que las depuraciones de los elementos reaccionarios fueron mínimas. Esto llevaba a los soldados a tomarse la justicia por su mano contra los oficiales más odiados, apoyándose en los soviets. Los conciliadores reprobaban estos hechos y pedían obediencia a los jefes anteriores, perdiendo progresivamente su crédito ante los soldados.
Dentro de esta tensión extrema, la ofensiva militar, inspirada por los aliados y la burguesía rusa, y aceptada por los dirigentes reformistas, sólo podía aumentar el saldo de muertos, heridos y sufrimiento para el pueblo ruso.

El ambiente entre las tropas era tal que regimientos enteros se negaban a combatir, y los más eran arrastrados de mala gana con la promesa de que, con la entrada en guerra de los EEUU, bastaría con que Rusia diera un pequeño empujón para que la guerra acabase. En base a una inmensa presión moral, e hipotecando la idea del pretendido carácter de defensa de la revolución que tenía la guerra, se inició la ofensiva.

Finalmente, el desarrollo de la ofensiva confirmó al soldado ruso lo que había visto durante los tres años anteriores: superioridad austro-alemana, ineptitud de la oficialidad, falta de medios, y… más muerte y sangre. La ofensiva fue un fracaso estruendoso.

El primer Congreso de los Soviets de toda Rusia

Antes de iniciarse la ofensiva militar, se celebró el primer congreso de los sóviets de toda Rusia. A este primer congreso asistieron 820 delegados de todos los soviets del país. Nos podemos hacer una idea de su filiación política por una encuesta que se hizo entre 777 de ellos: 285 socialrevolucionarios, 243 mencheviques, 105 bolcheviques y 134 de otros grupos. Los bolcheviques representaban una minoría del 13%.

foto soviet de petrogrado 1917

Una sesión del Sóviet

El congreso sesionaba en la capital, Petrogrado. Un escándalo local trastornó el congreso completamente. El gobierno mandó clausurar un local del Soviet de la barriada de Viborg, la más avanzada y combativa de la capital, donde los bolcheviques tenían más fuerza, lo que causó indignación entre los obreros, que se pusieron en huelga en decenas de fábricas. Los bolcheviques anunciaron una manifestación armada de protesta, a la que incorporaron la demanda de rechazar la ofensiva militar que había proyectado el gobierno y que el Congreso de los Sóviets tenía que ratificar. El Congreso la prohibió, ante el temor a la creciente influencia bolchevique en la capital.

Lenin y los principales dirigentes bolcheviques, sabedores de que en el resto de Rusia aún eran minoría, no querían preparar una insurrección prematura. Desconvocaron la manifestación, pero las protestas de los obreros y de los propios militantes bolcheviques frente a la dirección de su partido fueron estruendosas.

Con un predominio abrumador de los conciliadores, el Congreso sancionó la participación socialista en el gobierno provisional, aprobó también la ofensiva militar que iba a iniciarse unos días más tarde; y, sin embargo, no aprobó el decreto legalizando la jornada de 8 horas, vieja promesa de los días de febrero.

El método de la crítica de Lenin

La riqueza del discurso de Lenin, su nivel político y su flexibilidad táctica, se convirtieron en un auténtico arte a la hora de educar a sus cuadros y activistas sobre cómo ganar a la mayoría de los seguidores de los socialistas conciliadores, mayoría absolutamente necesaria para pasar a la siguiente fase de la revolución que garantizara el trasvase definitivo del poder a los soviets.

En su intervención en el congreso soviético en el punto referido a la ofensiva militar, santificada por los conciliadores, Lenin se apoyó en primer lugar de forma positiva en las declaraciones iniciales de los propios dirigentes conciliadores en los días de febrero, repitiendo palabra por palabra sus promesas: “ha llegado el momento de empezar la lucha decisiva contra los afanes anexionistas de los gobiernos de todos los países; ha llegado el momento de que los pueblos tomen en sus manos la solución del problema de la guerra y de la paz (…) Negaos a servir de instrumentos de anexión y de violencia en manos de los reyes, los terratenientes y los banqueros…” (Discurso acerca de la guerra, 09/06/17). Posteriormente, expuso la incoherencia entre lo prometido y lo que se pretendía imponer ahora a los soldados, desenmascarando a los conciliadores con sus propias palabras. Siempre con una visión internacional, trazó la perspectiva real que podía llevar adelante el Congreso soviético, basándose en la experiencia de la historia del movimiento obrero. Expuso para ello los efectos internacionales que originó la primera revolución rusa de 1905-6 en todo Oriente, con insurrecciones de las masas en Turquía (1908), Irán (1909) y China (1910), y cómo la toma del poder por parte de los soviets tendría efectos similares en todos los países europeos, provocando la revolución europea, tal como efectivamente llegó a suceder: “…Os podéis apoyar en las clases oprimidas de los países europeos, en los pueblos oprimidos de los países más débiles, que Rusia estrangulaba en los tiempos de los zares y que sigue estrangulando…”.

En todos sus artículos, que escribía a diario, establecía una nítida y explícita distinción entre las masas que aún seguían a los socialrevolucionarios, y sus ministros y representantes, a los que conminaba a romper sus lazos con la burguesía.

Igualmente sucedió con la ilegalización de la manifestación bolchevique que llevó a cabo el propio Congreso. Sabedor de la minoría en la que todavía estaba, no entró en la provocación de los concialiadores, inspirados por la burguesía, y escribió públicamente en la Pravda bolchevique:
“…Tseretelli [líder menchevique] ha exigido que los bolcheviques sean declarados un partido al margen de la democracia revolucionaria. Los obreros deben tener en cuenta serenamente que no se puede hablar de manifestación pacífica. La situación es mucho más seria de lo que suponíamos. Íbamos a celebrar una manifestación pacífica (…) pero se nos acusa de haber organizado un complot para detener al gobierno…”.
Después de dejar clara su posición, en una atmósfera de fuerte tensión, enfrentado a las protestas de los sectores más ultraizquierdistas de sus propias filas, donde había militantes que rompían el carnet ante lo que consideraban una “bajada de pantalones”, acabó dirigiéndose a su base social con muchísimo tacto:
“No debemos darles ningún pretexto para el ataque. Que ataquen ellos mismos… (…) El CC [bolchevique] no quiere presionar sobre vuestra decisión. Tenéis el derecho legítimo de protestar contra los actos del CC y vuestra decisión debe ser libre”.

La manifestación de junio

Envalentonados por lo que fue una retirada táctica de los bolcheviques, los conciliadores plantearon echar un pulso al bolchevismo, convocando su propia manifestación en nombre del Congreso de los Sóviets, para el 18 de junio, sólo un día antes de iniciarse la ofensiva militar.

Sin embargo, los hechos contradijeron las previsiones de los conciliadores. Correctamente, los bolcheviques se sumaron a esta manifestación y convocaron en su propio nombre a toda la población con sus propias consignas y programa, ganando para sus argumentos a las asambleas de fábrica y de barrio que convocaron los propios conciliadores. El 18 de junio más de 400.000 participantes, obreros y soldados, columna tras columna, portaban en sus carteles y pancartas todas las consignas bolcheviques: «¡Abajo los diez ministros capitalistas! ¡Abajo la ofensiva! ¡Todo el poder a los Soviets!».

Incluso en una época revolucionaria las masas necesitan dejar en evidencia muchas veces a la vieja dirección y sus viejas ideas antes de aceptar otra línea política más radical, más dura, a nuevos dirigentes… Pero éstos acaban imponiéndose, si tienen la decisión y la flexibilidad tácticas necesarias. Como relata Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa: «la manifestación del 18 de junio produjo una tremenda impresión sobre los propios manifestantes. Las masas vieron que el bolchevismo se convertía en una fuerza, y los vacilantes se sintieron atraídos hacia él».

Efectos de la ofensiva militar tras la manifestación de junio

En su magistral obra, Trotsky pone el ejemplo de un soldado anónimo, que escribe desde el frente: «Hoy se ha celebrado una pequeña reunión en el cuarto de banderas; en ella, se ha hablado de Lenin y Kerenski. La mayor parte de los soldados simpatizan con Lenin, pero los oficiales dicen que ‘Lenin es un burgués’. Después del desastre de la ofensiva, el nombre de Kerenski fue, en el ejército, blanco de todos los odios (…) ‘Los periódicos burgueses los mandan en paquetes por todo el frente y nos los reparten gratis’. Esta prensa patriótica era precisamente la que se encargaba de crear a los bolcheviques una admirable popularidad. No había caso de protesta de los oprimidos, de confiscación de tierras, de venganza contra los odiados oficiales, que estos periódicos no atribuyesen inmediatamente a los bolcheviques. De esto, los soldados sacaban, naturalmente, la conclusión de que los tales bolcheviques eran gente que sabía lo que se traían entre manos…” (Historia de la Revolución Rusa, cap. XIX).

La guerra, como en tantas ocasiones, después de generar una psicología patriótica funesta acabó convirtiéndose en la “partera de la revolución”, acelerando las contradicciones existentes. Millones de soldados habían llegado al convencimiento definitivo de que no valían nada las promesas sobre libertad y tierra si se tenía que morir en el frente de un balazo. La ofensiva no conducía a la paz, como se les había prometido, sino a más guerra. Un sentimiento de crítica y un desplazamiento hacia la izquierda se extendió entre los regimientos. El fracaso de la ofensiva militar de finales de junio iba a servir de prólogo a uno de los períodos más tormentosos de la Revolución Rusa, las Jornadas de Julio.

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